viernes, 27 de julio de 2012

Yuri Vásquez. El nido de la tempestad. Lima, Tribal, 2012. 464 pp.


Cada cierto tiempo, siguiendo un misterioso patrón, aparece una novela que tiene la virtud de colocar al lector en un estado de conocimiento tal que permite dar la perspectiva suficiente y necesaria para responder preguntas cruciales acerca de nuestra nación, pero sin descuidar el aspecto trascendente y universal propio del arte de la palabra. El nido de la tempestad sería una novela en tan prominente expectativa. Yuri Vásquez, su autor, ha logrado reunir palabras y frases, urdir personajes, acciones y temas, enlazar puntos de vista, registros lingüísticos, técnicas narrativas y trasfondos ideológicos, de un modo tal que uno experimenta la sensación y certeza de poder responder la famosa pregunta que se formula en la primera página de Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa: ¿En qué momento se había jodido el Perú? Y al igual que Zavalita, el descollante personaje vargasllosiano, Mauro Apaza Páucar, es un protagonista que de algún modo resume lo que es el Perú si se tiene en cuenta otra obra fundamental para comprender nuestra historia reciente: Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel.
El nido de la tempestad es una novela poliédrica que combina acción y pensamiento para comprender el momento en que se enciende la mecha de la bomba que detonará en 1980 en el pueblo ayacuchano de Chuschi, a fin de empezar a incendiar maoístamente la pradera. Ambientada en los primeros años de la década de 1970, es decir, en los gobiernos de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, dos dictaduras que marcaron decisivamente lo que sería —y lo que de algún modo es— el Perú del siglo XXI.
Para sus propósitos narrativos y estéticos, en los que el manejo de la intriga es crucial, Vásquez combina la historia del Perú con la historia de una familia. El Perú, como tal, no existe antes de la llegada de los españoles. Suena duro, pero no hay otra manera de decirlo, el Perú es producto de un conjunto de acciones extremadamente violentas entre dos potencias culturales, y lo que sale de ahí, poco tiempo después, en la denominada Colonia, es lo que empieza a relatarse como telón de fondo. Este discurso, marcado en cursivas, enfatiza la nostalgia por el pasado colonial, idealiza mediante la oralidad el largo tiempo de doblegamiento: «Pero no sé de dónde diablos aparecieron esos malaveni’u de los Bolívares y San Martínes y lo han fundio tuitito. A ver pue, esos vinieron deciendo maravillas, alabando a los endios y fregándonos a nosotros; pero pa’ qué, pa’ que después que esos se jueron a sus tierras, los traidores al Rey, los pedigüeños de acá, se pelearan entre ellos. A ver nomás esas calamidades de las revoluciones; yo no las vi, hijita, pero tu bisabuela me las cuentó pue lo que a ella también le habían cuentao sus abuelas». Esta historia transcurrirá intermitentemente a lo largo de la novela no como un contrapunto sino, más bien, como una correa de transmisión, otorgando un rítmico dinamismo que refresca lingüísticamente la obra.
El grueso del libro es el relato alrededor de lo que llevan a cabo unos seis o siete personajes. Esto le añade un gran valor al libro, pues se está ante personajes inconexos, aislados incluso espacial y temporalmente. Y conforme la novela avanza y se perfila, el suspenso se tensa como un arco en su punto máximo, el tema principal empieza a pesar sobre la suerte de los personajes y las máscaras van cayendo, y se descubre más de un hilo que los podría atar. Así, empiezan las sospechas y las presunciones, y los personajes se van acercando no solo a un escenario común sino a compartir el mismo drama, que condensa y refleja una historia mayor, que atañe a muchos peruanos.
Quizá lo más saltante de la novela es cómo Vásquez ha enriquecido su manera de contar. No es solo un desafío para el lector. Se trata de un concierto más amplio y pleno en el que convergen trazos narrativos que permiten que uno consiga introducirse, estar y permanecer en la mente del personaje, hallarse en el flujo de su pensamiento, en la corriente generada entre la voluntad y lo que la frena. «Sus párpados tiemblan. Los siente entornarse apenas. Por entre sus pestañas ve borrosamente. Tu cabeza. Dolor. La puerta abierta. La espalda. Duele. Ve como delante de una nube, un velo o humo. En la puerta de espaldas. En el taxi un auto y los golpean. De espaldas Mariela. Cabezas embolsadas. Ha venido. Las imágenes tiemblan como una sábana de agua sacudida por el viento. ¿Es o no es? Sus párpados cerrados le borran las formas exteriores; pugna por elevarlos. Cuchillo. Te quieren atravesar. En el cuello. Te quieren atravesar. Un hilo de sudor se descuelga de la sien. Cuchillos. Era como un gigante. Parece una espada. Te quieren matar. Mariela, ella es. Sus párpados se alzan por fin. ¿Y esto? Esto es. La bruma se va descongestionando; se esparce. Estaba en La F.U.A, reunión del Comité político. Los confines y contenidos de los objetos se van esculpiendo en la protuberancia desnuda de su globo ocular. Acuerdos sobre Velasco. Tácticas y estrategias de la situación actual. Dictador fascista. Inestabilidad del régimen. Reformista burgués. Represión indiscriminada. Alza del costo de vida. Aparece menos convulsionada, trepidante la pared gris que lo rodea. Te encargaron volantes. Te clavó en el estómago. Cayeron. Su cuello se impone un esfuerzo y sus ojos se alargan al otro extremo de la habitación. Velasco. Debilidad del régimen…». Entre diálogo y diálogo, se está ante un cuerpo de texto que arrastra deseos, proyecciones, frases truncas, delirios, recuerdos, fantasmas, consignas, obsesiones, contradicciones, desvaríos, circunloquios, aforismos, títulos, nombres, órdenes, así como digresiones varias. De este modo la revelación de la verdad, los descubrimientos y los emparejamientos se van generando en un nivel muy íntimo de la conciencia, casi en el plano del ensayo-error para rebuscar en lo que Mauro, el protagonista, denomina «hilos y huellas», pero que llevan al lector hasta el punto de una visión privilegiada, casi de psicoanalista. Hacia el final de la novela, tras un drama que combina ajuste de cuentas, trata de blancas, acción política y heroísmo familiar, prima la conciencia como un nudo producto de juntar hilos y huellas. «Sobre todo en los últimos tiempos había tenido la sensación a veces nítida, a veces confusa, de que su vida era una dura tensión entre lo sucedido y lo que sucedía; un complicado desorden en el que permanentemente lo sucedido se adelantaba a lo que sucedía para disfrazarse, para aparecer como el presente, como las escenas de una película de cuatro partes en las que alguien entra a una habitación, ve algo, toma algo y sale de la habitación; una película, una vida en que estas cuatro partes se desenvuelven no precisamente desordenadas, sino en una tensión de tiempos, en la que alguien aparece, como una imperceptible simbología de traumas y huellas, primero saliendo de la habitación, luego recién entrando, luego tomando algo, luego finalmente viendo algo». O sea, una novela fiel al desorden del recuerdo, al recuento alterado por una memoria que se perfecciona y deteriora en su propio transcurrir.
Esta es una clave del libro, pero hay otras, que dan luz y también oscuridad, como los temas transversales. Entre estos, cabe mencionar la violencia verbal, que sintetizan exclusión, intolerancia, racismo, marginación: «¡Burra de mierda!, explotó Marcial volviéndose a su hija. ¡Otra vez he tirado mi plata por las puras! Todavía querías presentarte a la Católica, dijo Marcial, pero se acabó, no más universidad. Deberías aprender de ese cholito de mierda que a la primera entra. Desde ahora verás cómo te las arreglas, lo que es yo no gasto un sólo centavo más en ti. No sirves para el estudio. Además, lo único que hacen las mujeres en la universidad es perder el tiempo. Así que se acabó».
Todas estas claves y temas se amalgaman con prolija precisión narrativa, sin distraer al lector. Y mientras los intereses particulares de uno u otro personaje empatan con diversos propósitos ideológicos y los supuestos intereses nacionales, está el doble drama de Mauro y Mariela. Ambos arrastran sus conflictos personales originados por sendas violaciones. Ella de su primo hermano. Él de su hermanastra. El incesto hace más grave la situación, quiebra el orden desde un aspecto más sensible, por ello sus nefastas consecuencias. Y eso que los malogra como personas también los une como pareja en una farsa que no tarda en convertirse en tragedia. Y también se unen o, más bien, coluden sus antagonistas —Marco y Olga— para convertir lo que pudo ser solo una historia ideológica-política o de aprendizaje sentimental en una novela negra, a partir de una crónica roja.
Pero Vásquez no se queda quieto en su ambición por narrar y explicar sin ser explícito, en torcer lo ya chueco para lograr una máxima expresividad a su propuesta literaria. El nido de la tempestad le abre al lector muchos candados para hallar diversas salidas a la compleja realidad peruana. La crítica obstinada está a flor de piel, para sustentar un camino más violento. Después del reproche doctrinario, cuando Mauro Apaza le refiere a Choque Miranda que se ha casado —«¿Cómo, un revolucionario tiene tiempo para costumbres burguesas?»—, llega la «respuesta histórica» que explica los miles de muertos entre el atentado de Chuschi en 1980 y la captura de Abimael Guzmán en 1992: «La primera tarea de un revolucionario es hacer la revolución. Para ser franco, yo estoy para que la Lucha Armada y la Larga Marcha de Mao se haga de una vez en este país, así fuera necesario renunciar al Partido. Corren rumores que hay camaradas disidentes de Bandera Roja y se habla de un profesor universitario y su facción que han empezado a preparar la Revolución en la sierra, en Ayacucho, y que el Perú en dos o tres años va a arder como nunca. Eso es lo correcto, y en eso habría que pensar, Apaza».
Vásquez, a lo largo de El nido de la tempestad, consigue deslumbrar al lector con una prosa solvente e intensa, logra también iluminarlo en muchos aspectos, pero, sobre todo, alcanza darle a su novela una particular brillantez sin perderse en detalles y anécdotas, pero sin desperdiciar situaciones narrativas que refuerzan y potencian los flujos y reflujos de la historia. Asimismo, la configuración del protagonista es un total acierto. Lo dibuja desde la niñez de este —que fue dura, injusta y muy hostil—, pero con un momento mágico y simbólico que alimentó burguesamente su imaginación: la visita a la casa paterna. Y lo delinea hasta su formación como estudiante metódico, animal político y brazo armado. Incluso le da una particular profundidad psicológica a esta existencia de ficción-realidad producto de una violación perpetrada por su hermanastra que lo condena a ser una sombra de sí mismo. Violación de palabra que no es violación de carne, pero que resulta ser peor, pues implica una suerte de maldición. Y esto lo detiene humanamente. Su vida, parafraseando al autor,  empieza a estar detenida en años que parecían siglos, como el Perú. Luego se puede decir que la ideología socavó el ideal de familia burguesa que descubrió de niño en la casa de su padre. Y Mauro Apaza piensa en esto mientras coloca una bomba para deconstruir la nación y destruir al Perú desde sí mismo porque él, como Zavalita, es el Perú. Y piensa, dice: «Nadie quiere ser cholo en el Perú, nadie. (…) Y es que también siglos de maldiciones en el Perú. (…) Podría decirse que tú eres como el Perú. Congelada una vida por años, una historia por siglos. (…) Romper los hilos que te amarraron desde atrás. (…) Pero de lo que se trata es que encuentres tu vida sin hilos ni huellas. (…) Desde la llegada de los españoles. Libre para la Revolución. Y Pum. (…) ¿Pero esto es todo, es tu verdadera vida? Choque Miranda dice que hay otros que se preparan en Ayacucho. ¿Pero es esta una vida libre, sin hilos, maldiciones y huellas? (…) Ni siquiera el serrano, carajo, nadie, nadie quiere ser [cholo]».
Yuri Vásquez ha escrito una gran novela llamada El nido de la tempestad porque ha conseguido en buena cuenta delinear a un personaje inolvidable, un héroe de sus principios y un antihéroe de la ley y el orden llamado Mauro Apaza tan contradictorio como el mismo Perú, tan inolvidable como nuestro futuro.