En las laderas del suspenso, cualquier cosa puede ocurrir y la explicación menos prevista no solo es la más emocionante sino la que revela mejor —y «más naturalmente»— lo que tanto ha avivado la curiosidad del lector. Esta, no obstante que es una fórmula ancestral e irrebatible, no siempre ha calado lo suficiente en los cultores de los subgéneros del misterio, el terror y la ciencia ficción.
La producción güicheana —tres contundentes y memorables libros de cuentos y un par de volúmenes de corte académico escritos al alimón— se enriquece notablemente con este nuevo y sugestivo título: El misterio de la Loma Amarilla, publicado por Ediciones SM, en la colección Gran Angular. La ficción fantástica y la ciencia ficción, presentes en gran parte de la obra literaria de José Güich, y su interés poético y narrativo por Lima y lo limeño (manifiesto en sus obras ensayísticas) se resumen y potencian en su primera y esperada novela: El misterio de la Loma Amarilla.
«La felicidad no está en la ciencia, sino en la adquisición de la ciencia.» Esta frase, que pertenece al recordado maestro del terror y misterio Edgar Allan Poe, bien pudo pertenecer a Pablo Teruel, protagonista de El misterio de la Loma Amarilla. Quizá pensada para un público juvenil, pero atractiva aun para aquellos lectores que crecieron con mastodónticos televisores en blanco y negro, esta obra consigue ir más allá de la anécdota para hurgar, con tono nostálgico, por la encantadora Lima de la década de 1920.
Güich combina personajes ficticios con personajes históricos —entre ellos, los polifacéticos Luis Alberto Sánchez y Raúl Porras Barrenechea—, en un año de celebración y tensión política: el primer centenario de la Independencia y los inicios de la dictadura de Leguía, es decir, 1921. De este modo, la novela consigue un particular realismo (bajo las formas del verismo más racional y la verosimilitud más escrupulosa), que contrasta con los extraños acontecimientos en la entonces remota y rural zona de San Juan, que cuarenta años antes había sido escenario de la defensa de Lima durante la Guerra del Pacífico.
Asimismo, Güich explora el pasado limeño para resolver más de una incógnita: lo que origina los extraños fenómenos climáticos y emocionales, y los hechos que «aceleran» la relación sentimental entre Pablo Teruel y quien será su esposa —Marilú o María Luisa—. Pablo Teruel, qué duda cabe, es un héroe solitario (y no podría ser de otro modo), un detective aficionado que ya goza de prestigio y fama, a pesar de su juventud. Y tanto marcará su vida el desentrañamiento de los extraños fenómenos que se registran en la Loma Amarilla, que el protagonista se convertirá en periodista de investigación y jamás ejercerá su profesión de cartón: la abogacía.
El diseño psíquico de este personaje no deja de ser interesante: un librepensador, aún bajo los influjos del positivismo decimonónico, y como tal todo un comecuras provocateur —que no es lo mismo que un comecuras provocador o provocativo—, además de bromista matalascallando —como de algún modo lo eran los jóvenes «de los locos años veinte»—. Es un caballero práctico, seguidor del método experimental y, por tanto, dispuesto a rechazar toda noción a priori, y todo concepto universal y absoluto. Por ello su irreligiosidad, su intransigencia ante la fe de Marilú, y su desdén ante las mecánicas explicaciones supersticiosas y metafísicas. Teruel, valiente, avezado y ávido de saber y cuestionar ad infinitum, con la ayuda de Porras Barrenechea y, sobre todo, de Luis Alberto Sánchez, descubrirá, entre otras cosas, que la verdad puede superar a la ficción, y que aquella, una vez hallada cínicamente —en su sentido filosófico— con un farol en mano en plena noche rural, venciendo los propios miedos y limitaciones, debe tratarse con suma responsabilidad y compromiso por el bien común.
La novela se construye y avanza a brazadas con muy buen ritmo, siguiendo un hilo narrativo finamente tensado. En su desarrollo y progreso, va reconstruyendo un escenario por el que es inevitable sentir nostalgia, una Lima de tranvías y tradiciones marcadas por el buen gusto, pero también teñidas por males que han sobrevivido a cualquier buena intención, incluso la corrupción política y el clientelismo, que parecen inventos recientes de nuestros gobernantes, se encuentran como parte del eje que genera la trama de la novela de Güich. En ese sentido, la novela equilibra muy bien los pros y contras de un tiempo de renovación urbana, pero de recalcitrantes formas negativas para solucionar los principales conflictos sociales de un país tan complejo y quebrado como el Perú.
Y en ese transcurrir narrativo que propone Güich, la historia de un país se cruza con la historia individual de un grupo de existencias variopintas. Al margen del anunciado enigma que implica el título de la novela, las relaciones que se van tejiendo o afirmando entre los personajes devienen en diálogos o revelaciones con resonancias y evocaciones que le dan perspectiva y textura a la estructura lineal del libro. Por otra parte, se trata de una linealidad interrumpida con intervenciones de un tiempo posterior —1968—, año particularmente especial para la juventud por los hechos de mayo en la capital francesa. Esta mirada a través del tiempo, esta lectura refleja e histórica entre dos momentos conflictivos (1921-1968), enfatiza, sobre todo, la importancia de la rebeldía juvenil, cuando está encauzada o inspirada en principios que buscan tumbar atavismos perniciosos y tradiciones de dudosa nobleza.
Reflexión política, social e histórica, crítica al desordenado crecimiento urbano de Lima, memoria personal en conflicto con el registro periodístico, y rebeldía juvenil proyectada en la vida adulta son algunos de los temas que se trenzan en esta fluida y lúdica novela, que alterna una historia contada en presente para explicar un pasado que pretende desaparecer, hacerse sombra tras una vida —la de Pablo Teruel— entregada a la búsqueda de otras verdades, como parte del ejercicio de su real pasión profesional: el periodismo de investigación. Un misterio harto inquietante, el de la loma cubierta con flores de Amancaes —es decir, amarillas—, que en el proceso de ser resuelto bajo cierta culpa del protagonista, no deja de poner la piel de gallina. Hermosa y trágica metáfora de una bella flor en peligro de extinción que simboliza muy precisamente una Lima que va desapareciendo también ante la indiferencia de sus habitantes, para convertirse en una hórrida y tumultuosa respuesta para el protagonista.