domingo, 25 de abril de 2010

Yuri Vásquez. Cortometraje. Cascahuesos, Arequipa, 2010. 116 pp.

En la apurada y breve reseña que aparece en la contraportada del libro de cuentos Cortometraje de Yuri Vásquez, se lee:

«Yuri Vásquez es la clase de escritor que no se conforma con la frase cumplidora. Por alguna razón, está condenado a buscar la expresión plena, aquella que no se resume en la oración ni en el párrafo ni en el texto mismo, pues se trata de una búsqueda más ilusoria que fáctica y, por su intrincado derrotero, destila más contrariedad que satisfacción. De hecho, el interés narrativo de Vásquez se relaciona con cierta manera de mirar y refractar lo invisible e inmaterial, y resolver —sin sucumbir en el intento— lo inexorable, aunque este desenlace sea ajeno al entendimiento o al embeleso de su consecución. La violencia, el sexo y el poder, que en el fondo tienen la misma materia viscosa en Cortometraje, cobran particulares brillos en cada uno de los catorce cuentos, obligando a que el carácter realista, insólito, fantástico o metaficcional de uno u otro pase a un rotundo segundo plano. Quienes esperábamos este libro no nos queda sino celebrar su aparición.»

Releo mis palabras y continúo suscribiéndolas. Sin embargo, gracias al tiempo transcurrido desde que escribí esas líneas, hace algunas semanas, puedo advertir la información que tuve que sacrificar para cumplir con la exigencia que el editor del sello Cascahuesos, José Córdova, me impuso: solo escribir entre ocho y diez renglones. Y es fácil imaginar lo que ocurrió cuando pretendí cumplir con aquella solicitud ante un libro realmente complejo, tanto por su estructura —que recuerda la metáfora del ouróboros, es decir, la mítica serpiente que se come incesantemente su propia cola— como la osadía con que Vásquez enfrenta, asume y retuerce diversos tipos de ficción desde un género tan exigente como es el cuento.

Lo primero que me asalta es el porqué del título: ¿será acaso por la obvia correspondencia entre el cuento y el corto cinematográfico, en la medida que el autor desperdiga a lo largo de su libro una estela de referentes y guiños que se relaciona con el denominado sétimo arte? Lo siguiente es el jazz casi como un Leitmotiv, incluso como una música subterránea que de vez en cuando (desde la dedicatoria del libro hasta las últimas páginas de la colección, e incluso en algunos títulos y epígrafes) aflora en su total evidencia, marcando un ritmo y dejando espacio para una sugestiva «improvisación» ante los corsés del arte de narrar.

Veamos, cuento por cuento, las principales intenciones estéticas, así como las preocupaciones temáticas y narrativas de Vásquez:

Cortometraje empieza con el cuento «Pithecantropus erectus», que plantea una situación muy difícil de que ocurra, pero no por ello imposible, o sea, no posible. Parece un cuento fantástico, pero se trata, en estricto, de un relato insólito, es decir, los hechos transcurren en la difusa frontera entre lo posible y lo lógicamente inadmisible. Según el propio Vásquez, «La tribu de los ichipawa», como también se titula este cuento, «refería la historia, usos y costumbres de una tribu extraña. La tribu, durante las noches, en la colina más alta del mundo, celebraba con fasto y regocijo, inexorables ritos sexuales, religiosos y sangrientos. Sin embargo, al despuntar el alba, la tribu, desesperada, contrita, corría colina abajo, tomaba sus autos aparcados y volvía a la ciudad, a sus casas y trabajos. El personaje medular era el guerrero, el bravo Kalumba, que en la civilización se llamaba Ernesto Rivas. Tenía familia; y él y su esposa Atawa/Sofía —así como todas las familias de la ciudad— ocultaban a su hijo, al pequeño Tony, los ritos sangrientos que practicaban por las noches».

Esta descripción de «Pithecantropus erectus» aparece casi al final del libro (p. 108), pues lo interesante de este cuento es el diálogo intertextual que establece con la última pieza narrativa de la colección, titulada «Canto de lucha haitiana», el cual, con el relato «Entre el caos y el pensamiento» del escritor Marcel Oquiche, se crea un muy sugestivo entroncamiento entre ambas historias, que llevará al lector al imperio de la metatrama, buscando un diálogo extratextual, más amplio y ambicioso, a partir del diálogo intratextual sobre su propósito, que tiene a Vásquez y Oquiche como interlocutores.

«Fábula del hombre eterno», el segundo relato del libro, nos brinda una historia, sin duda, fantástica, pero con un final cruelmente realista, que no resta el propósito típicamente trasgresor de aquel tipo de ficción. Lo mejor de este cuento es el descubrimiento de la inmortalidad y el asombro que dicha revelación implica. El remate —equilibrado, sobrio y tajante— corona impecablemente el estilo fluido del cuento, construido sobre una intriga muy bien urdida.

Quizás el tercer cuento, titulado «De un modo sentimental», sea el más extraño e inasible de Cortometraje. Además, aquí ya empiezan los problemas para circunscribir el texto en uno u otro casillero, aunque, en realidad, dicha tarea poco importa desde el alcance simbólico de la narración. Sobre la base de una historia paralela medio fantasmal, el personaje inicia una autoindagación, a propósito de una muchacha vista a lo largo de un extenso traveling desde una combi. Con este cuento, Vásquez consigue llevar al lector a un límite exquisito de su imaginación.

Y no bien uno se halla paladeando el relato anterior, tratando de sopesar el argumento más allá de la anécdota para entender el sentido último con que Vásquez trata de proyectar o desnudar a sus personajes, y se topa con el cuento «Las hojas muertas», una historia tan tierna como trágica. Todo nos lleva a pensar en la intención metafórica de este cuento, desde que el protagonista se confiesa ante una mujer de vida gris, pero lo cierto es que el absurdo se impone, y en contracorriente lo verosímil de la situación, no obstante que va contra toda la experiencia lógica del lector, deja caer su velo, hasta que surge una muy bien montada tragedia, en la que se anuncia muy clásicamente la inevitable fatalidad.

«Un blues en la noche», como bien nos advirtió el autor en las primeras páginas del libro, es otra puerta que se debe abrir en un corredor con muchas entradas o salidas. En este relato el autor propone una dimensión deliberadamente ambigua. ¿Se trata de locura o fantasía? ¿Lo que vive el personaje es un delirio o una extraordinaria experiencia metafísica? Enfrentar esa incertidumbre, y dejarse llevar por las reflexiones del protagonista, es lo mismo que flotar en el aroma dejado por la presencia perturbadora de una mujer tan inexistente como tangible en las huellas que desperdiga en el espacio nocturno de la intimidad y el deseo.

«El lado soleado de la calle» es, a todas luces, el relato más lineal, claro y realista de todo el volumen. Sin embargo, en nivel de sugerencias, matices y texturas es muy rico y engañoso. Aquí lo obvio es un desvío. Aquí lo que parece no necesariamente es, y lo que es está a punto de dejar de serlo o es un rastro de lo que fue o se imaginó que sería. Como el lado oscuro de la Luna, este cuento es una elaborada exploración de las apariencias en ciertas relaciones de pareja, que indaga en la fidelidad con el otro y en la lealtad hacia uno mismo para alcanzar un pleno desarrollo y libertad para ser simplemente un ser feliz.

«Cuando las últimas luces se hayan apagado» es, se podría decir, junto con el cuento siguiente, el centro del libro. Y no podría ser de otro modo. Se trata de un cuento ganador, con todas las virtudes y vicios que caracterizan a las obras que ganan importantes certámenes literarios. La lección que parece enrostrarnos Vásquez con este relato es que nada es aislado ni gratuito ni arbitrario. Aunque la moralina es lo de menos en este thriller de arquitectura sobrecogedora, casi de rompecabezas, donde la muerte es una materia tan plástica y lúdica como el óleo.

En «Sobreviviente a medianoche», Vásquez nos recuerda los tentáculos de la guerra interna, con sus dosis de violencia, terror, iniquidad e incertidumbre. Con rápidas pinceladas, reconstruye la muerte en vida —o la vida moribunda— de una sociedad representada en un individuo que experimenta la situación límite de saberse víctima y victimario de sí mismo. En esta historia, al igual que en la anterior, nada es aislado ni gratuito ni arbitrario, en un desdoblamiento alucinante y aterrador. Y lo peor es que la realidad es una cárcel sin muros y el individuo está solo… y solo puede llegar hasta donde su temor o su culpa le permite en medio de una absoluta miseria moral.

«Arroja tu destino al viento» es la desafortunada historia de un supersticioso. La crítica a la fe mal encauzada es lo más saltante, aunque no lo más significativo. Vásquez nos muestra en pocos cuadros cargados de ironía la degradación del protagonista —y la decadencia de su familia—, a partir de un aciago encuentro con un personaje que aglutina las más desagradables desgracias. Sobre la base de un absurdo tras otro, el protagonista encuentra un drástico alivio a sus pesares, en un remate elaborado con una soltura que deja traslucir el gran conocimiento del autor sobre las emociones humanas.

«Smoke gets in your eyes» (en español «El humo entra en tus ojos») es otra historia que explora las aristas de la felicidad en una relación de pareja, utilizando también como eje la fidelidad (o falta de esta) ante el otro y la lealtad (o su ausencia) con uno mismo. En este cuento la consecución de la felicidad tiene uno de los peores rostros que el ser humano puede entrever. Sin embargo, la música (como cita, mención, alusión o referencia), como en muchos otros casos de Cortometraje, permite resolver discursivamente lo inenarrable y aun lo narrativamente inefable o indecible. En este caso, se trata de la famosa canción escrita en 1958 por Otto Harbach y Jerome Kern, en la voz de Dinah Washington, y que da el sugestivo nombre al relato.

En «Round midnight» (en español «Ronda de la medianoche»), siguiendo las cadencias de la composición musical de Thelonious Monk, el autor retoma el tema de la muerte en un tono semejante al de «Fábula del hombre eterno», «Sobreviviente a medianoche» o «Arroja tu destino al viento», es decir, el individuo camina hacia la muerte, busca los brazos y caricias de esta, y se ayunta en un delirante éxtasis. Lo interesante es cómo el autor construye un preámbulo que deviene en un remolino de circunstancias, perfilando al personaje con emociones relacionadas con la culpa, el desasosiego y la perturbación, y dejando un halo de imprecisión para que quepan otras interpretaciones o posibilidades, a fin de que la sorpresa tenga un alcance más extenso y profundo, y la supuesta lección —el artificio de la metáfora— cale más hondo. En este caso, la película de la vida en un instante es la figura mortal con que se topa el protagonista, mientras recupera su esencia y fallece en una situación tan borrosa como el hilo que siguió.

«Sueños de un cisne hermoso», el antepenúltimo relato de Cortometraje, es otro cuento inasible, pero no tanto como «De un modo sentimental», el tercero de la colección. Aquí la sordidez se empalma con la descomposición de la sociedad y la desfiguración de las relaciones de poder. En las líneas penúltimas del cuento se lee: «Ella abrió los ojos lentamente, y con amor apretó las manos pensativas, libres, suaves de Joel Pereira. De pronto se oyó un gran estruendo que tal vez provenía de dos cuadras arriba del hotel; quizás en el jirón Húsares, por el Palacio de Gobierno». La situación es escabrosa y Vásquez la pincela con pocos colores pero con mucha luz, para sorpresa del lector: Ramona acaba de tener relaciones sexuales con un sujeto desagradable frente a Joel, y este, que apenas sale de su fascinación ante lo que presenció, por fin halla la libertad y el regocijo que siempre ha buscado. Las lágrimas corren por las mejillas de Ramona y Lima se vuelve más peligrosa.

«La puerta que se cerró para siempre» es un cuento desconcertante y esquivo que resulta muy difícil clasificar. Hasta cierto punto es una metáfora a lo Kafka de la banalidad del mundo contemporáneo. Es también una pesadilla o delirio de un paranoico, víctima, probablemente, de la banalidad que arrastra el mundo desde la declarada muerte de Dios. Aunque lo más probable es que se trate simplemente de una ficción fantástica o de una truculenta historia de terror que nos distraiga de la convicción de que el mundo se desploma, en buena medida, por la banalidad enquistada en los pilares de nuestra cultura.

Hablar en este párrafo final de «Canto de lucha haitiana», el cuento con que Vásquez cierra supuestamente el libro es, de algún modo, regresar al primer relato de la colección («Pithecantropus erectus»), en una suerte de maldición borgiana. Con esto uno corre el riesgo de quedar atrapado en la metatrama de Cortometraje, y convertirse en personaje de alguna de las pesadillas del autor, donde la violencia, el sexo y el poder, disfrazadas con la máscara de la muerte, son materias viscosas que resultan difíciles de apartar.