viernes, 17 de agosto de 2012

David Roas. Intuiciones y delirios. Lima, Micrópolis, 2012. 58 pp.


Descubrir los misterios del buen escribir es un camino complicado, lleno de trampas y atajos que muchas veces conducen «a la nada». Este escenario, que de por sí es complicado, pues sus verdaderas reglas son muy subjetivas, se torna aun más complejo cuando el escritor se enfrenta a la página en blanco de la ficción breve, que en realidad no es un género sino un formato literario con normas y códigos ficcionales muy exclusivos, y con giros narrativos, descriptivos y expositivos no usuales en la novela y el cuento. Aparte de los «problemas» de la extensión y de la etiquetación (un asunto más para los investigadores de teorías, formatos y géneros literarios), está el hecho de convencer al lector que se está ante una totalidad inmensamente mayor —o inversamente proporcional— a los pocos párrafos, las escasas líneas y frases, la mínima cantidad de palabras, personajes y conflictos propios de la ficción breve, que crean la ilusión de que el mundo y aun el universo se halla resumido, condensado o proyectado en apenas una o dos páginas. Este maravilloso resultado, producto principalmente de un esmerado y prolijo manejo de los recursos del idioma y de sus aparentemente infinitas posibilidades para la recreación de la realidad, no es virtud de muchos. A riesgo de sonar poco inclusivo y nada tolerante, solo unos cuantos dominan los contrapesos, triangulaciones y vasos comunicantes que exige el arte de la brevedad, o sea, el decir muchísimo con casi nada, el plantear la quimera del todo desde una estrategia literaria que se resume en un aparente minimalismo. Y David Roas tiene la dicha —o la desgracia, según se quiera mirar— de formar parte de este cuerpo de élite de la literatura especializado en ficciones que requiere la habilidad de un relojero para moldear una historia que se lee en segundos, y el pulso de un francotirador para consumar con certeza y frialdad la tarea de eliminar o, en todo caso, dar en el blanco teniendo solo una oportunidad, o sea, una bala.
Intuiciones y delirios es una muestra del trabajo que Roas desarrolla con no poca mística en los fueros de la brevedad, de la grandiosa literatura de lo mínimo. Como bien reza en la página 11 de Intuiciones y delirios, los textos que forman este volumen tienen procedencias diversas: una buena parte fue recogida en la primera entrega de Roas, Los dichos de un necio (publicado en 1996). Asimismo, algunos son inéditos, y los demás aparecieron a partir de 1996 en revistas impresas —como Escribir y Publicar y Quimera—, en publicaciones digitales —como Luke y Agitadoras— y en otros libros del autor.
Dividido en dos partes, Intuiciones y delirios reúne treinta y ocho ficciones que llevan al lector hacia límites que muy pocas mentes con imaginación solvente podrían concebir. El conjunto destila ironía a raudales, humor muy bien dosificado y magia suficiente para transformar poquedad discursiva en vastedad significativa. En efecto, Roas no solo hace aparecer conejos de la nada, consigue, sobre todo, transformar al lector sin el redoble circense del gran truco, pues emplea con oportuna habilidad las dinámicas estéticas que convierten a la ficción breve en una manifestación rotunda. La propuesta de este autor hace más clara la aseveración de la investigadora venezolana Violeta Rojo cuando trata de redondear la idea de lo que es la literatura mínima. Dice Rojo: «Con pocas palabras no se logra nada si no hay ese algo indefinible que implica la literatura. La minificción que me gusta es corta, bien escrita, establece relaciones con otras formas, me hace reflexionar. Todo parece obvio, pero al mismo tiempo es elusivo y no es fácil de encontrar».
Asimismo, Roas consigue lo que el escritor mexicano Rogelio Guedea busca en un microrrelato. Dice Guedea: «Para mí una ficción breve es un micromundo en el que podemos hallar todo lo que encontramos en una novela de gran extensión o en un poema de largo aliento». Roas, parafraseando al mexicano antes citado, no escatima esfuerzos para volcar su mejor esfuerzo para inventar sus chispazos narrativos y reflexivos, con lo cual aporta, en términos estilísticos, estéticos y de compromiso con lo breve, pero sin efectismos ni fórmulas, para mostrar o dejar traslucir un universo literario tan personal como universal, además de original, genuino y extraordinario.
En Intuiciones y delirios se halla cierto candor prístino del quehacer literario. Roas invita al lector a hacer fuego en la caverna de su imaginación para redescubrir el mundo hostil que hay afuera, para vislumbrar con algún resquemor los peligros del asfalto y el cemento, del registro histórico tendencioso, de la ideología venenosa que se vende como panacea universal. Esta caverna, a manera de útero o matriz, nos permite repensar el mundo, y más que recrearlo o representarlo bajo las directrices de la clásica mímesis nos da la oportunidad de rehacerlo o reescribirlo desde su crueldad, su estulticia, su soberbia, su ingenuidad y, a riesgo de que suene a moralina de autoayuda fascista, su esperanza en el porvenir. Roas trabaja estas pulsiones creativas en el nivel atómico de la frase, para lograr esa ignición necesaria que estalla en la mente del lector. A modo de revelación, no busca efectismos sin pierde sino la consecución relativamente lógica de la ocurrencia o conflicto que le dicta su olfato de artista de la palabra, del detalle y la puntuación acertada.
Intuiciones y delirios también nos lleva a pensar en la importancia de los títulos, aspecto generalmente descuidado por investigadores y críticos literarios. Un encabezado en una ficción breve es más que un recurso de identificación o de insinuación temática. En este formato, un título resulta ser un elemento consustancial al texto mismo. Por tanto, se constituye, en no pocas ocasiones, en clave de decodificación, en plomada de maestro de obra para la interpretación erigida lisa y llanamente, en trasfondo estético e, incluso, en espejo de su propia significación. En el caso de Roas el trabajo de los títulos salta a la vista. Aparte de seducir, enfatizar y jugar con el lector, corren una suerte de existencia narrativa independiente, obviamente en el contexto de la brevedad. El lector es conducido a una lectura trasversal de los títulos, lo cual genera una lectura integral en cruz: de arriba abajo, como normalmente ocurre al leer el encabezado y el texto, y de izquierda a derecha, al atender solo los títulos. De este modo se tiene, como ocurre respectivamente de la página 28 a la 30, la siguiente historia: «Dos principios sin final…», «… Dos finales sin principio…», «… Y un chiste malo».
Asimismo, en esta misma dinámica de lo lúdico, Roas le rinde homenaje al dinosaurio de Monterroso. Son dos páginas que arrancan más de una sonrisa y acentúan la ya desbordada atención que exige el cuento más emblemático de la ficción breve en español, que es lo mismo que decir «del mundo».
Roas, a lo largo de esta selección de ficciones breves muy bien llamada Intuiciones y delirios, parece trasladarnos a diversos parajes temáticos que gusta reiterar, replantear y redescubrir, como la amenaza de la religión —o de ciertos diabólicos santos— y la inutilidad de la vida política. Roas, inteligente continuador de la breve tradición de la brevedad, conjuga varios de los elementos que un lector creativo busca en un microrrelato, que un leedor exigente gusta hallar en una colección de literatura mínima. Elementos que uno puede resumir, como sugiere el mexicano Guedea, en reflexión, poesía, metafísica de lo cotidiano, ironía, imaginería y buena prosa.