Descubrir los misterios del buen
escribir es un camino complicado, lleno de trampas y atajos que muchas veces conducen
«a la nada». Este escenario, que de por sí es complicado, pues sus verdaderas
reglas son muy subjetivas, se torna aun más complejo cuando el escritor se
enfrenta a la página en blanco de la ficción breve, que en realidad no es un
género sino un formato literario con normas y códigos ficcionales muy exclusivos,
y con giros narrativos, descriptivos y expositivos no usuales en la novela y el
cuento. Aparte de los «problemas» de la extensión y de la etiquetación (un
asunto más para los investigadores de teorías, formatos y géneros literarios),
está el hecho de convencer al lector que se está ante una totalidad inmensamente
mayor —o inversamente proporcional— a los pocos párrafos, las escasas líneas y
frases, la mínima cantidad de palabras, personajes y conflictos propios de la
ficción breve, que crean la ilusión de que el mundo y aun el universo se halla
resumido, condensado o proyectado en apenas una o dos páginas. Este maravilloso
resultado, producto principalmente de un esmerado y prolijo manejo de los
recursos del idioma y de sus aparentemente infinitas posibilidades para la
recreación de la realidad, no es virtud de muchos. A riesgo de sonar poco
inclusivo y nada tolerante, solo unos cuantos dominan los contrapesos,
triangulaciones y vasos comunicantes que exige el arte de la brevedad, o sea,
el decir muchísimo con casi nada, el plantear la quimera del todo desde una estrategia
literaria que se resume en un aparente minimalismo. Y David Roas tiene la dicha
—o la desgracia, según se quiera mirar— de formar parte de este cuerpo de élite
de la literatura especializado en ficciones que requiere la habilidad de un
relojero para moldear una historia que se lee en segundos, y el pulso de un
francotirador para consumar con certeza y frialdad la tarea de eliminar o, en
todo caso, dar en el blanco teniendo solo una oportunidad, o sea, una bala.
Intuiciones
y delirios es una muestra del trabajo que Roas desarrolla con no poca mística en
los fueros de la brevedad, de la grandiosa literatura de lo mínimo. Como bien
reza en la página 11 de Intuiciones y
delirios, los textos que forman este volumen tienen procedencias diversas:
una buena parte fue recogida en la primera entrega de Roas, Los dichos de un necio (publicado en
1996). Asimismo, algunos son inéditos, y los demás aparecieron a partir de 1996
en revistas impresas —como Escribir y
Publicar y Quimera—, en
publicaciones digitales —como Luke y Agitadoras— y en otros libros del autor.
Dividido en dos partes, Intuiciones y delirios reúne treinta y
ocho ficciones que llevan al lector hacia límites que muy pocas mentes con
imaginación solvente podrían concebir. El conjunto destila ironía a raudales,
humor muy bien dosificado y magia suficiente para transformar poquedad
discursiva en vastedad significativa. En efecto, Roas no solo hace aparecer
conejos de la nada, consigue, sobre todo, transformar al lector sin el redoble
circense del gran truco, pues emplea con oportuna habilidad las dinámicas
estéticas que convierten a la ficción breve en una manifestación rotunda. La
propuesta de este autor hace más clara la aseveración de la investigadora
venezolana Violeta Rojo cuando trata de redondear la idea de lo que es la
literatura mínima. Dice Rojo: «Con pocas palabras no se logra nada si no hay
ese algo indefinible que implica la literatura. La minificción que me gusta es
corta, bien escrita, establece relaciones con otras formas, me hace
reflexionar. Todo parece obvio, pero al mismo tiempo es elusivo y no es fácil
de encontrar».
Asimismo, Roas consigue lo que el
escritor mexicano Rogelio Guedea busca en un microrrelato. Dice Guedea: «Para mí una ficción breve es un micromundo en el
que podemos hallar todo lo que encontramos en una novela de gran extensión o en
un poema de largo aliento». Roas, parafraseando al mexicano antes citado, no
escatima esfuerzos para volcar su mejor esfuerzo para inventar sus chispazos narrativos
y reflexivos, con lo cual aporta, en términos estilísticos, estéticos y de
compromiso con lo breve, pero sin efectismos ni fórmulas, para mostrar o dejar
traslucir un universo literario tan personal como universal, además de original,
genuino y extraordinario.
En Intuiciones y delirios se halla cierto candor prístino del quehacer
literario. Roas invita al lector a hacer fuego en la caverna de su imaginación
para redescubrir el mundo hostil que hay afuera, para vislumbrar con algún
resquemor los peligros del asfalto y el cemento, del registro histórico
tendencioso, de la ideología venenosa que se vende como panacea universal. Esta
caverna, a manera de útero o matriz, nos permite repensar el mundo, y más que
recrearlo o representarlo bajo las directrices de la clásica mímesis nos da la
oportunidad de rehacerlo o reescribirlo desde su crueldad, su estulticia, su
soberbia, su ingenuidad y, a riesgo de que suene a moralina de autoayuda fascista,
su esperanza en el porvenir. Roas trabaja estas pulsiones creativas en el nivel
atómico de la frase, para lograr esa ignición necesaria que estalla en la mente
del lector. A modo de revelación, no busca efectismos sin pierde sino la
consecución relativamente lógica de la ocurrencia o conflicto que le dicta su
olfato de artista de la palabra, del detalle y la puntuación acertada.
Intuiciones
y delirios también nos lleva a pensar en la importancia de los títulos, aspecto
generalmente descuidado por investigadores y críticos literarios. Un encabezado
en una ficción breve es más que un recurso de identificación o de insinuación
temática. En este formato, un título resulta ser un elemento consustancial al
texto mismo. Por tanto, se constituye, en no pocas ocasiones, en clave de
decodificación, en plomada de maestro de obra para la interpretación erigida lisa
y llanamente, en trasfondo estético e, incluso, en espejo de su propia
significación. En el caso de Roas el trabajo de los títulos salta a la vista.
Aparte de seducir, enfatizar y jugar con el lector, corren una suerte de
existencia narrativa independiente, obviamente en el contexto de la brevedad.
El lector es conducido a una lectura trasversal de los títulos, lo cual genera
una lectura integral en cruz: de arriba abajo, como normalmente ocurre al leer
el encabezado y el texto, y de izquierda a derecha, al atender solo los
títulos. De este modo se tiene, como ocurre respectivamente de la página 28 a
la 30, la siguiente historia: «Dos principios sin final…», «… Dos finales sin
principio…», «… Y un chiste malo».
Asimismo, en esta misma dinámica de
lo lúdico, Roas le rinde homenaje al dinosaurio de Monterroso. Son dos páginas
que arrancan más de una sonrisa y acentúan la ya desbordada atención que exige
el cuento más emblemático de la ficción breve en español, que es lo mismo que
decir «del mundo».
Roas, a lo largo de esta selección de
ficciones breves muy bien llamada Intuiciones
y delirios, parece trasladarnos a diversos parajes temáticos que gusta
reiterar, replantear y redescubrir, como la amenaza de la religión —o de
ciertos diabólicos santos— y la inutilidad de la vida política. Roas,
inteligente continuador de la breve tradición de la brevedad, conjuga varios de
los elementos que un lector creativo busca en un microrrelato, que un leedor exigente
gusta hallar en una colección de literatura mínima. Elementos que uno puede resumir,
como sugiere el mexicano Guedea, en reflexión, poesía, metafísica de lo
cotidiano, ironía, imaginería y buena prosa.