Primer cuento: “Amor” de César Ruiz Ledesma. El otro, en cuando objeto
de deseo, es una de las mayores motivaciones literarias. La suma de
descubrirlo, tenerlo cerca, disfrutarlo y hacerlo nuestro es uno de los
ejercicios que da más satisfacción y explica plenamente —y mejor— el sentido de
la existencia. La estrategia narrativa de este relato es desmontar el sentimiento
intenso hacia otra persona. De algún modo socavar los pilares del amor, en
cuanto compenetración con el otro, para manifestarlo como deseo compulsivo que
lleva al engaño, el abandono, la marginación y la decadencia. Con un estilo fluido,
no obstante la carga narrativa, el autor erige una apariencia que crece, pero que
a medida que aumenta se hace más frágil. El lector cumple su papel: sospecha de
cada palabra y duda de cada intención, pero ¿por qué hacer tabla rasa si el
amor, se dice y se repite, lo puede todo? Diversos ejes confluyen y enriquecen
el relato. Por ejemplo, lo-inmaterial-lo-irreal-lo-metafísico se engrana con el-reflejo-la-refracción-la-inexistencia.
Lo cierto es que lo que devuelve el espejo es una trágica verdad que apenas se
logra asir en el vacío final.
Segundo cuento: “Crimen” de Jhonny R. Ser-y-parecer y estar-y-desaparecer
son algunos lados posibles del bastidor que tensa la malla de este relato. La
confesión del crimen y el arrepentimiento ceden ante el deseo, la pulsión, el
delirio y el castigo a lo Dostoievski. Nada está dicho y todo está por manifestarse
y, sobre todo, reescribirse, en una dinámica que nos recuerda al ouroboros. La
mente va y viene en un discurso serpenteante, un zigzag de reflexiones e
impulsos vinculantes, incluso en la estructura disimulada de muñecas rusas. La
rutina es apabullante al punto de generar caos. La psicopatía parece explicar
todo, pero algo no calza, no acierta a complacer las suspicacias del lector.
Ciertos detalles se resisten a encajar en una explicación completamente
razonable. Ante este rompecabezas de sospechosa hechura, la irrealidad propia
de lo sobrenatural cumpliría mejor su propósito. El remate es el final
anunciado, pero potenciado en los círculos concéntricos ya previstos. Lanzar la
piedra y esconder la mano no tiene sentido cuando la verdad es una posibilidad
que se encuentra al abrir un diario.
Tercer cuento: “Oxiuros” de Jorge Casilla Lozano. La paternidad implica
un conjunto de deberes y satisfacciones que este relato lo lleva hasta el
paroxismo de lo absurdo. El elemento imposible (fantástico) avanza sin
contratiempos con la venia del lector. Su final anunciado, que no promete
sorpresa alguna, consigue, gracias a la solvencia verbal del autor, desplegarse
en posibilidades no advertidas, pero perfectamente posibles en el devenir
propuesto. El tema del doble, de la réplica, del clon es, en términos
fantásticos, una de las monstruosidades más fascinantes. El autor sabe sacar
provecho del tema a partir de una propuesta nada llana. Por ejemplo, consigue
que la ternura del protagonista sea convincente, a pesar de su inquebrantable adustez.
El autor parece regodearse al describir puntillosamente la transformación del
ser hasta convertirse en copia fiel de su original. Y dadas las características
del protagonista, los reparos morales y éticos no tienen cabida en este
monólogo. Todo apunta a una confesión de parte bajo el candado de un secreto
familiar. Y esta es la memoria del monstruo que está surgiendo. El parásito (un
monstruo menor) metamorfoseado en Doppelgänger
(un monstruo mayor y quizás el más espeluznante de todos) es una magnífica
vuelta de tuerca, pero lo más apasionante de este relato es disfrutar el
movimiento reflexivo de muesca en muesca.
Cuarto cuento: “Hitler de siglo XXII” de Luis Benjamín Román. En este
relato, a diferencia del anterior, la discusión ético-moral en torno a la
clonación (la de Hitler, particularmente) es el aspecto más descollante de la
narración; sin embargo, no deja de ser interesante los pormenores del antes y,
sobre todo, del después. El siglo XXII es un mundo en el que la figura
diabólica de Hitler se ha evanescido, pero aún hay unos pocos que lo consideran
un icono del mal. Este clima de verosimilitud es un terreno ficcional perfecto
para especular y hurgar hasta los más intrincados vericuetos de la política
internacional. El relato, llevado con un ritmo apropiado para ir mostrando los
diversos elementos del futuro que entran en juego sin exabruptos, involucra al
lector desde el primer párrafo. Lo impactante del relato no es el doble como
tal sino la espantosa posibilidad de contar con otra réplica. Uno es el señuelo
que es sometido a un proceso judicial por los crímenes de su original, frente a
la existencia de otro clon de Hitler que lleva a cabo una activa vida política
desde la clandestinidad. El acierto del cuento es plantear un doble, pero
sugerir justamente la posibilidad de incontables réplicas, que sembrarían más odio,
intolerancia, exclusión, prejuicio y totalitarismo.
Quinto cuento: “La máquina de transmutación 01” de Abel Guzmán. El
relato está diseñado por partes que se vinculan mediante varios vasos
comunicantes, lo cual propicia que cada estancia narrativa proponga —o irradie—
un aspecto del todo que desconcierta al lector. Por otra parte, esta
articulación simula la lógica de un sueño: falta de conexión cronológica,
alteración de la relación causa-efecto y clima cargado de incertidumbre. El
relato parece fracasar porque no despega ni se sostiene en un claro conflicto,
con el agravante de que ni si quiera consigue ser un cuento de atmósfera. Pero
todo se salva en la última frase del párrafo final. Se trata de una clave que
da luz (sentido pleno) al constructo narrativo de Guzmán. El flujo onírico de
la historia se enfoca en una prosa por instantes poéticamente técnica y
reveladora. La intriga está dosificada de tal manera que el lector sufre los
embates de la pesadilla de fondo (el drama como sustrato) hasta despuntar en el
remate.
Sexto cuento: “En el monte” de Giuseppe Albatrino. Combinar misterios religiosos con avances tecnológicos no es
novedoso en el vasto terreno de la ficción fantástica, pero lo interesante de
este relato es la capacidad de sorprender tras un largo desconcierto muy bien
llevado, con cierto tufillo a metáfora, al cerrar con holgura y naturalidad la
historia que permaneció invisible a los ojos del lector. El enjambre tiene sus propias leyes y esto lo va deduciendo el
lector. Tiene misiones, niveles (acaso castas) y códigos firmemente
establecidos. La voluntad individual es nula. El libre albedrío, impensable. El
pensamiento crítico, desterrado. Ser un guardián del tiempo no es tarea
sencilla, y serlo de la historia va más allá de una técnica y una especialización.
La ironía final es lo mejor de este relato generado bajo el influjo de Asimov. El
lector goza tremendamente al descubrir que la inocente broma resulta ser uno de
los acontecimientos clave de la historia de la humanidad.