Pocos
distritos de Lima presentan escenarios tan diversos y contrastantes entre sí
para estimular la creación literaria. La Victoria, además de ofrecer tales
lugares, cuenta con tradiciones, costumbres, leyendas, mitos y personajes cuyo
conocimiento y reconocimiento trasciende sus 8,74 kilómetros cuadrados. Sí, un
distrito relativamente pequeño, pero intenso, populoso, emergente y, por tanto,
“literaturizable” como pocos. El concurso Ten en Cuento a La Victoria que
convoca desde 2008 el municipio de este distrito tiene un magnífico telón de
fondo.
El
producto de esta sexta edición es un libro que reúne diez cuentos, es decir, tres
relatos ganadores y cuatro menciones honrosas, a los que se suman tres textos
que el jurado recomendó que integraran el volumen. Sin duda, convocar un
concurso de esta naturaleza es un riesgo porque la literatura es una
manifestación muchas veces incómoda para fines electorales y encuestas ciudadanas.
Porque la literatura es representación de la realidad, que supone la búsqueda
de una verdad que definitivamente no es percibida por periodistas, sociólogos
ni antropólogos, y que suele ser incómoda y hasta contraproducente para los
políticos. De modo que quien espera en esta nueva colección de relatos una
propuesta para atraer turistas o inversionistas a La Victoria sufrirá una gran
decepción. Pero tampoco el libro espantará a unos y a otros porque se entiende
que un texto literario está al margen de los cálculos y ecuaciones del marketing edilicio.
Los
tres últimos relatos del libro —“El zarpazo del gato” de Oyeni Regina Galimidi
Guillén de Cavero, “Litofilia” de Carlos Salazar Salinas y “La fría noche” de
Rafael Roque Rebaza— exploran con mayor desenvoltura los aspectos sórdidos y
decadentes del distrito, quizá por esta razón no ganaron ni fueron finalistas,
y, por esa misma razón, se les incluye en volumen por representar desde los
márgenes de lo políticamente incorrecto la siempre atractiva estética del
deterioro.
“El
zarpazo del gato” propone una historia de ambigüedades biológicas,
transposiciones existenciales y revelaciones oníricas. Es un relato
extrañamente llevado desde una prosa experimental y subjetiva. En realidad, es
una gran historia, pero su autor perdió de vista la importancia del “distrito
íntimo”, es decir, este cuento puede estar situado en Sídney o Canberra como en
La Victoria o la Conchinchina... y se sostiene del mismo modo.
En
el relato “Litofilia” se juega, desde el título, con el desarrollo de una
parafilia o desviación sexual inventada con total propiedad y derecho por
Salazar Salinas. El monumento a Manco Cápac, quizá el símbolo más emblemático
de La Victoria, es el motivo de una pasión desmedida de una prostituta que
ejerce en la avenida Huatica. Triste y desolador, el autor nos lleva con
inteligencia narrativa y amplio sentido de la verosimilitud hasta las más
ruines situaciones que un ser humano puede soportar.
“La
fría noche” es una historia en dos tiempos, quebrada a partir de un hecho
traumático. Su autor, Roque Rebaza, hurga en la noche victoriana, exactamente
en la avenida Renovación (nombre más que irónico y sarcástico que nos ofrece la
realidad), para ofrecer un amanecer metafórico que anula al protagonista al
punto de convertirlo en una suerte de anacoreta paranoico.
Los
textos centrales del libro son los siguientes cuentos finalistas: “El año en
que nací” de Benggi Mirelli Bedoya Rosales, “Perros” de Julio César Buitrón
Gutiérrez, “La última batalla” de Carlos Javier León Ugarte y “Calladas
intenciones” de Diego de Jesús Gamonal Morales.
Resulta
difícil catalogar el relato “El año en que nací”. Su alto nivel de sugerencia
lo convierte en un texto inclasificable, a medio camino entre lo que se puede
denominar un texto de atmósfera con un relato cuyo conflicto es fácil definir.
El sentido fundacional que encierra el título podría insinuar que se trata de
una distopía, pero la historia misma propone otras lecturas para percibir
cabalmente todo aquello que, sospechamos, se nos está escapando.
“Perros”
es otra historia que se perfila en la misma dirección distópica, pero con un
final nada abierto. Lo interesante es que el autor no explica el caos y la
anarquía que supone la hegemonía canina, lo que desencadena este nuevo “orden”
queda a la imaginación. Sin embargo, con los perros al poder, el mundo sigue
siendo prácticamente el mismo desde el punto de vista sociocultural: injusto,
ruin y arbitrario.
“La
última batalla” de León Ugarte es una nueva versión de aquello de que el crimen
no paga, pero no por ello el cuento carece de originalidad e intriga, y destila
sorpresa en sus últimos párrafos. El autor ha evitado contextualizar en lo
temporal las incidencias de su relato, pero resulta imposible dejar de lado la
historia reciente del distrito. El mundo y sus leyes apreciados desde el punto
de vista del hampón es lo más sobresaliente de este relato.
En “Calladas
intenciones”, Gamonal Morales apuesta por un esquema clásico de relato:
introducción-nudo-desenlace. Su aporte va, más bien, por el lado del lenguaje,
de la arquitectura discursiva, del preciosismo expresivo, pero sin desatender
otros ámbitos e intenciones propios del arte de narrar. Apuesta también por
asombrar, sorprender y engañar al lector con un final que obliga a revisar el
recorrido del protagonista, que finge también ante los personajes que lo
rodean, enfatizando el sentido premonitor del título.
Por
último, los cuentos ganadores: “Leones” de Cristhian Andrés Briceño Ángeles
(primer puesto), “La victoria de la luz” de Alfredo Ortiz de Zevallos Castillo
(segundo puesto) y “El Molusco” de Alejandro Calvo Molina (tercer puesto).
“El
Molusco” plantea las deterioradas relaciones de poder en el mundo de la
informalidad. El abuso, el engaño, la traición y la deslealtad ceden ante la
victoria pírrica de ganar experiencia para hacerse del derecho de piso y
sobrevivir. No se trata, en realidad, de un cuento que enfrente
generacionalmente a un padre con un hijo ni a un empleado con su jefe. En este
relato el verdadero protagonista es el camión, llamado “El Molusco”, que llega
dando tumbos, queda vacío, yace inmóvil, da más tumbos y mira con sus ojos de
vidrio. Estamos ante una especie de monstruo, un camión humanizado, alrededor
del cual giran personas que no trabajan para vivir sino que viven para el
trabajo. Su falta de libertad, identidad y motivación para ser verdaderamente
personas las lleva a pisotearse y maltratarse entre sí porque están deshumanizadas
y deben perpetuar el negocio, es decir, alimentar al Molusco.
“La
victoria de la luz” de Ortiz de Zevallos Castillo describe con prolijo cuidado
el momento crucial de toda existencia humana: el motivo concreto y metafórico
que convierte a un niño en adulto, es decir, en un sujeto dispuesto a enfrentar
preguntas y a salir, por sus propios medios, a buscar respuestas que lo ubiquen
en una perspectiva de desarrollo, crecimiento y trascendencia. El sustrato
propio de la cultura de los emprendedores es finamente urdido por el autor, a
partir de un molesto foco que se halla en un baño, cuya representación
simbólica, desde especulaciones y recuerdos, que convierte en un explosivo
detonante. La luz de la verdad es tan intensa que nos enceguece. Por eso la
valentía de enfrentar al padre-héroe, que en realidad no es tal, y, luego,
atreverse a retar al dragón, aunque le falte o no un ojo que lo obliga a ver la
realidad a “medias”.
Briceño
Ángeles, con “Leones”, ha conseguido un cuento rico en detalles y amplio en
perspectiva narrativa e indagaciones estéticas que transcurre con una
portentosa vitalidad. Desde la primera línea, que menciona una cámara de gas
—denominación victoriana a la cantina que opera sin autorización y expende
alcohol metílico para sus parroquianos— hasta la referencia a los leones —quizá
por la expresión latina “hic sunt leones”
que figuraba en los mapas de la Antigüedad para referir un lugar desconocido—,
este relato es una continua y fascinante provocación para el lector. Los
encuentros fortuitos entre el narrador-protagonista y Sándor, un individuo
forjado en diversos lugares del mundo que recala en un antro del jirón San
Pablo para continuar con sus periplos, a fin de hacerse de unos cuantos leones.
Este animal de origen africano representa tanto la soberbia y la ambición como lo
exótico. ¿Acaso Sándor busca la dignidad entre las calles de La Victoria? El
final abierto del libro deja también en puntos suspensivos una relación que
difícilmente se podría definir como amistad. Sándor es un ser paradójico, pues
vive esclavizado a su libertad.
La
fascinante inutilidad de la literatura no tiene límites distritales ni, mucho
menos, estéticos. El aporte de la literatura no tiene nada que ver con el éxito
propio de modas como la competitividad, el emprendimiento o el posicionamiento.
La literatura no está sujeta a modas ni fórmulas ni programas de autoayuda. Es
un producto que no expira… y lo que no tiene fecha de caducidad, en estos
tiempos posmodernos en los que todo se explica mediante cálculos de vida útil,
planes estratégicos y flujogramas presentados en PowerPoint, resulta
improductivo, inservible y nada redituable en un libro de contabilidad. Es más,
resulta una propuesta sospechosa porque fortalece el pensamiento crítico,
fomenta la suspicacia a diestra y siniestra, y potencia el buen gusto. Es
decir, la literatura lleva al individuo no solo a desafiar su realidad desde la
trinchera de la madurez ciudadana sino a enfrentar el mundo concreto y perecible
desde sus bases metafísicas y escatológicas. Por estas razones, encontrar un
libro como el que reúne las obras más sobresalientes de la sexta edición del
certamen Ten en Cuento a La Victoria, convocado por una entidad pública,
devuelve la esperanza por el mundo y la fe en sus instituciones. Asimismo, nos
permite sobrellevar con más dignidad y lucidez las contradicciones de la
existencia y las taras de la sociedad.