lunes, 3 de septiembre de 2007

Lucho Zúñiga. El círculo Blum. Borrador Editores. Lima, 2007. 120 pp.

El círculo Blum –novela de Lucho Zúñiga publicada por Borrador Editores hace pocos meses– es un libro que evidencia una infalible fórmula: la perfecta combinación de inteligencia y humor, en un plan narrativo de largo aliento que va más allá de sus páginas, es decir, el lector tiene la invitación –o, más bien, el reto– de participar en un juego metatextual, en la acepción del teórico francés Gerard Genette: un metatexto es un texto que habla o instruye sobre otro texto. En efecto, estamos ante un proyecto literario muy ambicioso, en el que El círculo Blum es apenas la punta del iceberg, la epidermis de un corpus complejo y que com-promete una existencia ficcional realmente intensa.

Quien ha llevado el curso secundario Geometría sabrá que el círculo como figura tiene la muy ganada fama de ser la metáfora de la perfección –algo así como el número siete para los cabalistas, los numerólogos y los apostadores empedernidos–, pero en el plano de las dos dimensiones. En un sentido metafórico, la novela de Zúñiga alude tanto a la historia circular –en cuanto reinvención de la realidad desde la perspectiva del revivir o reescribir cíclico– como a la factura que anhela la perfección.

Esta imagen de la perfección, por otro lado, no se agota exclusivamente en el sentido esgrimido anteriormente. El concepto de verosimilitud en el ejercicio narrativo de Zúñiga cobra un especial matiz literario, pero como realidad perfectible. Pero antes de entrar en la explicación del aporte del autor en esta materia, conviene detenernos en el sustantivo “verosimilitud”, y, sobre todo, en el adjetivo “verosímil” (lo que tiene apariencia de verdadero; lo creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad). En buena cuenta, en el orden de la cultura occidental (una tradición que se preocupa en definir constantemente la línea que divide la realidad de lo inventado), la ficción estética (la realidad que inventa un individuo para probar su humana divinidad o su divina inhumanidad) basa su poder de seducción y magnificencia en el manejo óptimo de la verosimilitud, para lograr lo verosímil –lo similar o parecido a la verdad–. O sea, en el engañar eficientemente y con permiso, pero pasando inadvertido. Una patente de corso cuyo uso obliga al creador a ser sumamente discreto.

En realidad, la literatura puede (y hasta debe) ir contra todo –la tradición, el canon, lo comercial, lo bello, lo evidente, lo verdadero, lo aceptado, lo imaginado e incluso lo inclusivo y lo moralmente correcto–, pero le es aparentemente imposible enfrentarse a la parafernalia de lo verosímil. Éste es, pues, su supuesto único límite. Esta frontera infranqueable, sin embargo, es derribada (quizá subvertida) por pocas –contadas– obras de ingenio, entre ellas El círculo Blum. Se trata, de hecho, de una ilusión teórica, del afán de Zúñiga por engañar con permiso, pero haciendo todo lo posible por hacerlo evidente, muy patente y obvio, sin poner en riesgo la arquitectura narrativa que ha planeado. Por el contrario, el propósito reiterado de decir “esto es ficción”, o sea, “esto es una mentira”, “estamos ante una tremenda patraña”, “recuerda, lector, que este conjunto de hechos es inventado”, es como la negación de la negación… y ya sabemos qué sucede cuando esto ocurre: más que afirmar, se confirma en la dimensión de lo macronarrativo la “secreta” voluntad de pasar inadvertido, no obstante que las máscaras caen aparatosamente en el revelador diálogo entre el escritor y el editor, entrevista que no pone punto final a El círculo Blum, sino, más bien, sugestivos puntos suspensivos.

Conviene también advertir que una estructura narrativa no es otra cosa que un proceso, un devenir más o menos lógico de hacer sentido con inusitados efectos de entretenimiento e inimaginables consecuencias en cuanto a la edificación espiritual del lector. Pero esta estrategia estética tiene, además, la finalidad de proporcionar una determinada visión de los hechos, generalmente bosquejada por los referentes que emplea el escritor. Así, la narración actúa como dimensión que configura y transforma el caos de los acontecimientos (el supuesto quiebre de la realidad ante la impertinencia de la ficción en el caso de El círculo Blum) en una totalidad que se relaciona con un particular sistema de pensamiento. E insisto: en el caso de Zúñiga, su esfuerzo por subvertir lo más elemental del abecé de la creación literaria, para enrostrar a quienes se conforman con heredar fórmulas ampliamente aceptadas (y aun comprobadas por investigaciones de mercado) sin cuestionar ni explorar otras posibilidades, pues la libertad es una facultad, estado o condición que se gana arriesgando absolutamente todo, incluso la quimera de ser realmente libres. Sin duda, Zúñiga ha aprendido rápidamente una importante lección: un escritor se hace cuando se deshace oportunamente de los lastres que le dan seguridad o comodidad.

Como suele ocurrir en las primeras entregas, El círculo Blum presenta algunas imperfecciones, pero éstas no desmerecen el conjunto. Es más, estas fallas se dejan de lado ante la ejecución de un cerebral concierto narrativo: en esencia, una novela sobre la representación –como homenaje a la máscara, artificio estético y místico que permite asumir otras personalidades (en la realidad) y construir personajes (en la ficción)–, novela que recurre al género cuento para asegurar y afirmar el Leitmotiv, es decir, una estructura que no es novedosa –entre muchos casos, tenemos el ejemplo clásico de El Quijote, así como un libro relativamente reciente: El lobo estepario de Herman Hesse, y por estos lares: La disciplina de la vanidad de Iván Thays–, pero que funciona con naturalidad por su eficaz ejecución al plantear los hechos, no obstante la forzada verosimilitud de éstos.

El manejo de la intriga es quizás el mayor logro de Zúñiga… y también el sembrar en el lector el bicho de la duda, que es una manera indirecta de decir que su prosa atrapa, entretiene y alimenta. Resulta inevitable hurgar en Internet para comprobar cierta información y algunas de sus aseveraciones, y constatar con ello, por ejemplo, que 365-novela blog no es una pista falsa, una patraña de Zúñiga, sino, por el contrario, un texto electrónico que existe y que sería una próxima publicación en papel. Aquí el texto de arranque: “1. 365 post para los 365 días del año. En esta novela la trama va de A (1 enero de 2006) hasta B (31 de diciembre de 2006). El personaje ahora es sólo un espacio en blanco. Pero aparecerá pronto, aunque yo mismo ignoro quién es.” Y a continuación un fragmento que da cierta luz sobre la novela que nos convoca: “259. ¿Qué es el Círculo Blum? De acuerdo a los datos de esta novela blog, es una logia formada por escritores que escriben textos inspirados en un poema en forma de escalera. Parece que sólo el tiempo dirá hasta qué punto llegarán las ramificaciones literarias de ese poema. En todo caso, 365-novela blog parece un texto importante dentro de la logia.” Pero ésta es otra historia, pues aún nos encontramos en 2007.

Por el momento, estamos ante una novela que nos mantiene en la ilusión borgiana de presenciar una trama irónica, laberíntica y lúdica, además de fabulosa en su doble acepción… un círculo que se cierra en nuestras propias fantasías de lector o, para mayor vértigo y experiencia extrema y “adrenalínica”, en la perversa imaginación de un actor-personaje extraviado, quizás una presencia errática que busca obcecadamente, en sus oníricas circunvalaciones, un secreto y atractivo centro, acaso un eclipse atrapado en la pupila de un ser innombrable… una mirada ciega sobre una increíble historia atribuida a Lucho Zúñiga.