lunes, 26 de noviembre de 2007

Eduardo Reyme Wendell. Duerme tranquila, Rebecca. Vivirsinenterarse. Lima, 2007. 60 pp.

Cuando uno cree haber perdido la capacidad de sorprenderse, es que el azar se encarga de aguijonearnos en alguna de nuestras áreas expuestas para evitar el marasmo mental, el adormilamiento psíquico, la narcotización del intelecto. Es decir, aparecen invitaciones como la de Eduardo Reyme Wendell, para llamar nuestra atención, por medio de un ejercicio de ficción que pulsa lo fantástico y lo insólito, o sea, lo exclusivamente inclusivo: deliciosa paradoja que hallamos en una cada vez más creciente cantidad de narradores peruanos que ven en el vasto territorio de la ficción estética posibilidades que no quieren advertir o reconocer los empedernidos cultores del realismo y sus elocuentes críticos, como si la producción, más allá de esta linde, fuera cosa poco seria, comprometida e inspiradora para la historia del pensamiento y las ideas.

En efecto, Reyme Wendell se sitúa en ciertas zonas –puntos críticos, fisuras, resquicios– de la llamada tradición literaria, y nos propone un muy particular escenario compuesto por piezas bastante personales. Duerme tranquila, Rebecca, el título de esta colección de relatos, es también el nombre del texto central de esta primera entrega de Reyme Wendell, obra con la que, es oportuno precisar, inaugura también su propio sello: Vivirsinenterarse. Pero este flamante autor, tramontando la invitación –en realidad, disfrazada y efectiva incitación– que nos formula con el sugestivo título de este cuento, nos va sumergiendo en aguas tan profundas como torrentosas. Y, a riesgo de chapotear por evitar remolinos, desoír cantos de sirena o resistir resacas, nos envuelve con una prosa fluida, refrescante y vital, que dice mucho de su capacidad para imaginar situaciones, recrear formulas y reescribir temas inquietantes que traslucen su historia personal y su singular enfoque.

De Reyme Wendell se puede decir que es un agudo artífice de situaciones límite, un perspicaz observador de la naturaleza humana, y, sobre todo, un riguroso creador de escenarios familiares que devienen, de pronto, en entornos inciertos que penden de la experiencia, imaginación y creatividad del lector. Este último aspecto constituye una gran exigencia de la propuesta narrativa de Reyme Wendell: involucrar a quien ha tomado el libro Duerme tranquila, Rebecca entre sus manos en la faena mental de atar cabos, seguir pistas, efectuar suposiciones, anticipar desenlaces, con lo que se enfatiza más la línea de distracción y entretenimiento que implica el quehacer literario, sin que ello suponga la postergación de lo intelectual, lo reflexivo y lo trascendental.

En el primer relato de la colección Duerme tranquila, Rebecca, titulado “Usted ha hecho lo que ha podido, Mueller”, Reyme Wendell enfrenta al lector a la experiencia de tentar la fantasía de verse y volcarse a sí mismo, de darse una nueva oportunidad, de brindarse el tiempo de ver, apreciar y asumir la vida con otros ojos. Lo imposible –el encuentro de uno mismo, o sea, un yo escindido a partir de un punto existencial, siendo viejo y joven–, en “un espacio en donde el tiempo no existía”, es lo de menos –el pretexto para el ensayo–; lo importante es entrever la hermosa metáfora que subyace a esta historia: el trabajo en solitario del escritor, una entrega tan íntima que, algunas veces, éste termina como víctima de sus propios temores. Su final abierto subraya la idea de que no todo está escrito o concluido, sobre todo si se da la oportunidad de reescribir o replantear lo “determinado” por las estrellas o lo que éstas reclaman en la oscura noche del alma.

“Préstame tus ojos” es un relato que se erige sobre lo obvio para asestar un par de golpes de cruda realidad. En este texto, la imaginación juega en contra para mostrar un mundo de supuestos engaños y de sueños perdidos. La propuesta realista no da tregua hasta su última línea, en la que lo construido es tan real que produce un efecto completamente inverso: un mundo gobernado por el inconsciente, por lo ilógico, por la inexistencia. Pero lejos de producir una invidencia que niega la luz, resulta ser una ceguera edípica, o sea, la que nos permite ver más allá de lo evidente, el mundo interior de uno mismo en la insoportable evidencia asida a la condición o perspectiva del otro, la tragedia de no reconocer la estrechez de nuestro horizonte mental a tiempo.

Con el relato “Duerme tranquila, Rebecca”, Reyme Wendell emplea la estrategia narrativa del cuento anterior –“Préstame tus ojos”–, pero logrando un mayor grado de irrealidad con el hecho de enrostrar lo obvio y evidente. En este relato el lector pisa el terreno de la experiencia metafísica sin llegar a quebrar la noción occidental de lo posible. Pero esto es tan solo el marco del drama de la pérdida; del deudo que apenas sobrevive y lucha con sus recuerdos; del peso del luto; del crespón incrustado en la mente; y del proceso de aceptar que la muerte no solo se llevó al ser amado, sino también todo el sentido que sustentaba la felicidad de una familia. Reyme Wendell hurga con habilidad en el espacio del soponcio generado a partir de la muerte, en el círculo vicioso en el que desfila el fantasma de Mariel, para demostrar que la vida, en cuanto realidad, se hace trizas en tal situación, para afirmar que el abandono no es completo –aunque se manifieste como un sablazo–, es decir, para dar cabida a un concepto de particular existencia de lo real cuya lógica es extremadamente cruel y arbitraria.

“Good Nigth Marylin” es un tormentoso recorrido por el espacio de la imaginación enmarcada en la necesidad de poseer el objeto de deseo. Reyme Wendell bosqueja con precisión de relojero suizo el momento previo a un encuentro que la razón, por cuestiones estrictamente metatextuales, proclama la imposibilidad de que se efectúe; sin embargo, se abriga la esperanza de que se produzca en el plazo establecido. El efecto de desear quebrar la noción de realidad para que se dé el milagro –aunque sea solo secreto, para los ojos del protagonista– es el mayor mérito de este cuento intenso y breve (el de menor extensión del conjunto). Reyme Wendell maneja hábilmente la tensión del personaje, minuto a minuto, hasta enfrentarlo a la manida verdad que lo obliga abandonar el espacio de la espera que ha invadido con su desquicio, para ser tragado por el ordenado caos de una ciudad –Lima– que lo único que puede brindarle es la facción nocturna del consuelo; oscuridad que alivia, pero no cura.

Por último, el relato “La agonía de hablar por las noches” es aparentemente una disparatada historia de amor. El objeto de deseo –de amor inasible, lejano y hasta idealizado– tiene por nombre nada menos que Beatriz. El protagonista vive un infierno por ella –en cuanto ausencia– y padece el purgatorio de seguirla a fin de recuperarla. El precio es alto y poco frívolo: escribir un libro. En realidad, “La agonía de hablar por las noches” es una comedia nada banal y poco divina –por lo terrenal– del gran amor por la literatura, la escritura creativa con fin estético, la exaltación del gran reto que supone la factura de una obra de ingenio, y de lo que el escritor arriesga, sacrifica y empeña por la pasión del arte de la palabra. Este cuento, además, resulta ser un magnífico lienzo, para bien o para mal, que ilustra los vaivenes de los escritores limeños, es decir, una estampa muy irónica de lo que subyace al genio creador en un circuito literario tan cruento como lúdico y, a veces, imaginario. Por otro lado –y sobre todo–, Reyme Wendell, con este cuento final, cierra el círculo del compromiso literario –trazado inicialmente con “Usted ha hecho lo que ha podido, Mueller”–, palabra mayor que este autor asume con entereza y entusiasmo, con lo cual deja clara impronta de su vocación y expresa sin devaneos su arte poética.

Luis Eduardo Reyme Wendell ofrece con su ópera prima, Duerme tranquila, Rebecca, una original constelación de cuentos. Pero lo que sin duda hay que celebrar es que este narrador refresca con los cinco relatos de esta colección el panorama literario nacional, y lo hace sin las ampulosidades típicas que generalmente abundan en las primeras entregas. Por el contrario, con un pulso firme y certero, explora sobriamente los campos de lo insólito y lo fantástico, que son, de algún modo, francas exaltaciones de lo íntimo, pero que se devela en la capacidad de observar al otro en su total humanidad.