Resulta difícil presentar el número 8/9 de Ajos & Zafiros con justicia, es decir, dando a cada parte la atención que le corresponde. No cabe duda que estamos bajo la tiranía del tiempo y del espacio. De modo que, a partir de un criterio plenamente subjetivo, que tiene que ver, en estricto, con mi gusto e intereses personales, he decidido —todo un dictadorzuelo— detenerme en algunas secciones, a fin de hablar más sobre pocas cosas que decir casi nada sobre todo lo que propone la edición doble de la revista de literatura dirigida por José Cabrera y Agustín Prado. No en vano la sabiduría popular nos previene al respeto con aquello de quien mucho abarca, poco aprieta… Así que nada de extensas enumeraciones ligadas a una magra frase explicativa solo por cumplir.
Tras consultar el índice de la reciente edición de Ajos & Zafiros, saltó a la vista la parte de narrativa de la sección «Coros de la Piedra», o sea, las colaboraciones de, en esta oportunidad, Ricardo Sumalavia, Johnny Zevallos, Enrique Prochazka y Daniel Soria.
«Pacientes» es el título del relato de Sumalavia; una historia contada con soltura narrativa, que descolla por un dosificado manejo de la expectativa, pues el concepto de intriga no se ajustaría a los vaivenes familiares que suele proyectar el particular realismo del autor. El mayor mérito de «Pacientes» es su riqueza semántica, producto de un estilo básicamente directo, sin mayores imbricaciones o zigzagueos retóricos, pero matizado por hechos subordinados a prolijas descripciones y reflexiones. El autor consigue tocar las fibras más íntimas del lector a propósito de las peripecias domésticas de una pareja madura que se prepara para coronar su paternidad con la llegada de un nieto, colocándola en una situación límite particular e intensa, pero dentro de los límites de lo cotidiano. Imposible dejar de lado la metáfora ribeyrana del mudo o, más bien, del enmudecido por la rutina burguesa y el marasmo intelectual.
Zevallos, con «El segundo reino», nos brinda la portentosa desmitificación y caída de un gobernante que alimenta su ego al sojuzgar cruelmente a sus súbditos. En este texto lo divino ligado al poder llega al paroxismo voyerista de observar —sin ser advertido— la mortificación y muerte de los supuestos culpables cuyo pecado es dudar de la fe encarnada y, por tal descreimiento, subvertir el orden. Zevallos utiliza el cambio de voz para ahondar en la diferencia entre lo divino y lo humano, y lograr, con ello, una mejor distancia para apreciar al protagonista en su plena subjetividad (por ejemplo, mantener obstinadamente un entorno disfuncional, una realidad disociada). A partir de un discurso recargado y, por momentos, de enrarecida diafanidad, «El segundo reino» es una metáfora oscura de cómo llega a pervertir el poder; de cómo, dado el caso, cae la máscara de Dios y se hace trizas para restituirse en el rostro de un nuevo portador.
«Smisek en la casa Miró» de Prochazka —al margen de la lectura de «Casas imaginarias. Templos de la narrativa artística peruana» que Calderón Fajardo posteó en el blog Porta9, generando veintidós comments y las réplicas exegéticas de conspicuos bloggers— es una deliciosa propuesta que, además de retar nuestra imaginación, nos invita a ser lectores creativos, lúdicos e ingeniosos. El contrapunto —o el «patrón contrapuntístico» para emplear una figura de José Miguel Oviedo— se ofrece como una sinuosa continuidad. Son interesantes el planteamiento de una pareja adánica que va descubriendo la cárcel de su paraíso, y el riesgo narrativo que asume Prochazka en este relato, en el que la arquitectura del discurso y su materia —el idioma y el uso de este— son más importantes que la casa misma y los personajes: una descripción detallada de ambientes y episodios eróticos que confluyen en un grito de dolor y placer, causado tanto por un ribadoquín como por el miembro viril que simboliza. Prochazka se vale del referente metaliterario de Ciudadano Kane para intensificar el laberinto monumental del escenario y perfilar la excentricidad del dios-guardián.
El cuarto cuento, ambientado en el país de la infancia, nos regresa al realismo cotidiano y familiar de Sumalavia. Con «Psicología», Soria construye una propuesta didáctica que promete sorprender, pero sin hacerlo, lo cual implica una extraña sorpresa. Es más, cierto tufillo a moraleja, en el remate de esta historia, más que asombrar, inquieta. El autor nos refriega el temor de una niña ante la idea de que lo que no puede ver corre el riesgo de desaparecer. Esta idea de casi todo niño, que sustenta la magia del mundo infantil, es una verdadera tortura para Rosita, el personaje de la historia. Una psicóloga ayudará a la pequeña protagonista a enfrentar sus miedos y superar sus angustias. La prosa sobria de Soria cobra mayor realce en los momentos en que muestra con cadenciosa frialdad el mundo interior de la niña, particularmente cuando pone a prueba su capacidad y recursos como ser competitivo.
Páginas más adelante, en la sección «Fantasmas de Papel», se presenta la investigación «Una noche de delirio (1869): Una breve aproximación a los inicios del género fantástico y de horror en el Perú» de Elton Honores Vásquez. Como anuncia y advierte en el título el autor de este artículo, estamos ante el texto que funda una vertiente poco analizada de la tradición literaria peruana, pero también ante una lamentable evidencia: el poco interés por revertir esta situación. Así, frente a la dejadez, el aporte de Honores Vásquez es doblemente plausible: porque se trata de una propuesta académica que ofrece sugestivos planteamientos —además de brindar una trascripción prolija del cuento «Una noche de delirio»—, y por el interés que generaría esta clase de trabajos entre estudiantes de literatura, jóvenes críticos e investigadores con vocación de analizar a fondo la historia literaria peruana.
Honores Vásquez, tras situar al texto en una particular coyuntura literaria y periodística, atribuye la autoría de «Una noche de delirio» a Francisco Ibáñez. Los argumentos expuestos por Honores Vásquez son convincentes aunque rebatibles, pues no se cuenta con la absoluta certeza de que el autor del libro Cuentos de mi tierra (1864) lo sea también del relato publicado en El Nacional bajo el seudónimo de H. Feydeau en 1869. Lo verdaderamente importante es haber ofrecido un texto claramente fundacional, al margen de quién fue realmente H. Feydeau, y contar con información estimulante y detallada de la época para apreciar con plenitud «Una noche de delirio», texto que consigue causar en el ánimo del lector el impulso afectivo que solemos etiquetar con el nombre de miedo ante la «evidencia» de lo terrible y espantoso, es decir, experimentar cierta perturbación angustiosa por un riesgo real o inventado.
En «Galeón de Libros», última sección de Ajos & Zafiros, el lector hallará dieciséis reseñas literarias cuya lectura permite un mejor contacto —en cuanto entretención, entendimiento y apreciación— con estudios académicos y obras de ficción. La sección de crítica literaria en las revistas especializadas llena el vacío que la creciente banalidad periodística se ha esmerado en cultivar tan eficientemente. Es más, la tendencia agria y gratuita de agredir que ostentan sujetos sin formación ni talento, que fungen de críticos literarios en diarios locales, es un síntoma más de la galopante «magalización» que está sufriendo el mundo literario nacional, en el que los blogs argolleros ocultan el Sol con un dedo y los blogs basura se erigen como los máximos exponentes de la bajeza más apestosa.
Todo esto nos lleva a reflexionar acerca de cuál debe ser el propósito de la crítica literaria, y qué mejor marco que lo ofrecido por los colaboradores de «Galeón de Libros»: Christian Bernal, Alberto Valdivia, Erika Rodríguez, Milagros Lazo, Marie Jammot, José Cabrera, Víctor Quiroz, Irene Cabrejos, Claudia Arteaga, Lizbeth Talledo, Moisés Sánchez, Jessica Rodríguez y Allan Silva.
Sería tedioso enumerar las dieciséis obras y los sendos autores, así que solo mencionaré el comentario de Marie Jammot sobre el poemario de Grecia Cáceres En brazos de la carne (Massachussets, Asaltoalcielo editores, 2005). Escojo esta entrega, que se podría definir como un ensayo poetizado sobre la maternidad, por la sencilla razón de que Cáceres ha tenido a su cuarto hijo hace poco menos de dos meses, lo cual enfatiza el «actualizado» sentido poético-corpóreo de En brazos de la carne —y dejo de lado otras obras de mi interés, como La hora azul de Alonso Cueto, El Paso de Miguel Ildefonso o Mírame cuando te ame de Fernando Iwasaki—. Y más que comentar la reseña crítica de Jammot, citaré unas líneas de esta sobre el poemario de Cáceres: «… la poeta juega con la polisemia que ofrece la fisonomía femenina, baraja tanto imágenes triviales como idealizadas, simultáneamente abstractas y concretas (…) El locus simbólico del erotismo y del deseo es destruido, “forzado” por el que nace. La madre parturienta se vuelve entonces en la metáfora de una ciudad asediada cuya cultura, lengua y religión se encuentran amenazadas. El alumbramiento mismo se vuelve un avatar de la dialéctica cultura/barbarie…» Es importante cómo Jammot inscribe este poemario en la producción literaria de Cáceres, quien además de poeta es novelista: «… no es sorprendente que aquella última orientación intimista [la novela Atardecer, aun no publicada en español] desemboque en un poemario, verdadera exploración de los arcanos de la maternidad y la madurez.»
Por otra parte, es oportuno reconocer la serie de imágenes del proyecto A Imagen y Semejanza, hechas, como reza en el colofón-ilustración, por Ángel Valdez y Carlos Lamas, en tinta y aguada sobre papel Kimberly en formato A4. El enfrentamiento armado interno —que empezó en 1980 y que puso al país en el borde de un abismo— es analizado como tema y registro literario en más de la tercera parte de la revista. Este desangramiento absurdo y dolorosísimo es representado en veinte ilustraciones que combinan la tradición judeo-cristiana de las plagas que asolaron Egipto para la liberación del pueblo de Israel con el tono didáctico y de subrepticia reclamación iconogáfica que empleó Guamán Poma de Ayala en su Nueva corónica y buen gobierno. Este discurso gráfico ejecutado por A Imagen y Semejanza potencia los textos referidos al conflicto e, incluso, a las secciones que tratan otros temas y asuntos, lo cual refleja lo que ocurre también en la realidad: nuestra paz es relativa, es casi un invento de un sector del país, pues la violencia aflora, persiste y no se deja olvidar.
Para concluir, quisiera apuntar al título de la revista —etiqueta que materializa estéticamente su misión editorial—. En efecto, Ajos & Zafiros en su edición 8/9 se afirma en el propósito de presentar un contenido de la A a la Z, simbolizados por un objeto de dudosa y exquisita aceptación —casi un oxímoron— como por otro, que podría generar una desmesurada ambición por el deseo de posesión. Y en eso consiste justamente la experiencia de lo literario, en ir de la A a la Z, por medio del buen manejo del idioma, para acercarnos a la compleja realidad humana y hurgar en lo que esta esconde, desde lo más vulgar y exquisito hasta lo más precioso e inútil. El secreto está, como bien lo demuestra la presente edición de Ajos & Zafiros, en hallar el conector apropiado entre un cabo y otro. En el caso del nombre de esta publicación, se trata del signo «et», que tiene la magia de unir dos opuestos o entidades ajenas y una fascinante esencia gráfica. Sobre este particular signo, Adrian Frutiger, en su libro Signos, símbolos, marcas, señales, refiere que no se trata de una letra ni de un signo de puntuación. «Es una figura conceptual externa derivada de la frecuente conjunción latina et [y], cuyo empleo data ya de muchos siglos y que permanece en vigor».