Conocí a Giancarlo Stagnaro en el año 2001, en un contexto laboral nada literario, pero que tenía mucho de ficción, pues se trataba nada menos que de una verdadera fábrica de mentiras. Pero no había mucho que escoger por entonces. De hecho, tener un trabajo más o menos digno en el Perú continúa siendo una suerte de lotería. En poco tiempo fuimos muy buenos amigos, pero antes de eso, siempre recuerdo que Stagnaro hablaba de dos cosas con suma obsesión: del lado oscuro de la fuerza (de
Tres años después, Stagnaro y yo nos reencontramos en otro centro de labores. Las habladurías sobre su proyecto virtual, lejos de desaparecer, se acentuaron. Pero algo me hizo sospechar que no era una simple quimera. Imagino que lo que fue desbaratando mi incredulidad, mi típica falta de fe, fue constatar que sus amigos sanmarquinos Mario, Pancho y Carlos sí existían. Eso no solo fue un buen indicio de que mi buen amigo no desvariaba, aunque siguiera con su manía sobre el lado oscuro de la fuerza e hiciera hablar a la cabeza reducida de Darth Vader, que usaba como llavero. Esta, debo precisar, se perdió en una noche que supongo debió ser la más oscura de la vida de Stagnaro.
Así, un buen día, para mi sorpresa, hice clic sobre un enlace y apareció ante mis ojos, en un solo pantallazo, El Hablador. Como el buen vino, esta publicación electrónica, producto del tiempo y la paciencia, del cariño y la pasión, pero, sobre todo, de buenos insumos, perdura hasta hoy con la valía adicional de haber mejorado en sus sucesivas etapas. El Hablador —y no muchas revistas más— tiene una gran virtud: llenar grandes vacíos informativos. Esta revista —y solo un puñado de publicaciones electrónicas más— se encarga de ahondar donde justamente fracasan las secciones culturales de muchos medios impresos, incluso el diario peruano más importante… que no es necesariamente el mejor. A diferencia de muchos blogs dedicados a la literatura —que lo único que hacen es ejercitar los dedos del blogger con la técnica del copy-paste—, la revista El Hablador brinda información relevante, crea puentes y vínculos, amplía horizontes, promueve la creación, difunde puntos de vista, y, lo más importante, genera corrientes de opinión. En el El Hablador no hay lugar para los cherrys ni el autombombo, tampoco es un tapete para el pago de favores.
En el primer número de El Hablador —en el que tuve el gusto de participar con un cuento de ciencia ficción—, decía el editorial: «El comienzo de una revista siempre implica planteamientos, proyectos y entusiasmos. El Hablador nace, de este modo, como una apertura hacia la producción textual, la creatividad y la discusión de temas fundamentales para el quehacer literario contemporáneo. Esta pretensión, aunque pueda parecer un lugar común, surge de un interés que a nuestro juicio resulta imperativo en la actualidad: la difusión de las poéticas; esto es, los modos particulares de concebir lo literario y sus manifestaciones. La búsqueda de este goce textual implica también un afán por imaginar modos alternativos de hacer literatura, de escribirla y también de pensarla a partir de ella».
Contra todo pronóstico, estas palabras no cayeron en saco roto.
Tras seis años de existencia, tras quince ediciones muy dedicadas, este particular proyecto literario llegó al número dieciséis, luciendo un diseño que equilibra lo gráfico y lo textual, con un estilo muy sobrio, amigable, funcional y dinámico. No sé mucho de colores, pero sospecho, por el buen gusto que caracteriza a esta revista, que estos juegan muy bien para favorecer el goce de los lectores. Esta afortunada reunión de características hace de la decimasexta edición de El Hablador un producto muy bien urdido, además de muy esperado.
En este número 16, en un rápido recuento, encontramos un conjunto de entrevistas a cuatro escritores sudamericanos: el brasileño Floriano Martins (por Adlin Prieto), el argentino Alan Pauls (por Rafael Ojeda), el chileno Alejandro Zambra (por Francisco Izquierdo) y el colombiano Jorge Franco (por Jack Martínez). Estos diálogos —unos íntimos, otros fluidos, todos oportunos y relevantes— nos acercan a los procesos de creación y reflexión que subyace a toda obra, con el propósito de mostrar los rumbos que siguen las letras latinoamericanas.
En este número, desataca la sección Biblioteca, dedicada en esta oportunidad a hurgar en los misterios del difícil arte de la traducción, tanto por el aporte teórico como por la diversidad de ángulos. «Pasión por las lenguas» es una entrevista efectuada por José Carlos Picón al catedrático, poeta, traductor y editor Ricardo Silva-Santisteban. A este texto se suman «El síndrome Pierre Menard o la traducción según Jorge Luis Borges», artículo de Belén Hernández; y «Del pluriculturalismo a la traducción bíblica», de Elsa Tamez; y «Heterogeneidad, homogeneidad y cambio cultural», de Mario Granda. Además, «Juan José del Solar: La máxima fidelidad al estilo del autor», de Julio Zavala Vega; y «Una aproximación a la traducción literaria en el Perú», de María Isabel Gómez.
Estos artículos e investigaciones se complementan con cinco grupos de traducciones. Así, tenemos tres poemas de José Watanabe («El lenguado», «Informe para mi hermano muerto en la infancia» y «La oruga») llevados al francés por Jesús Martínez y Philippe Colin; y el texto «Los tormentos miserables del lenguaje y las seducciones del infierno en los instantes trágicos del amor de Barbus y Lozna» de Floriano Martins se puede leer en español gracias a Adlin Prieto. Diversos textos del poeta estadounidense Jack Spicer han sido traducidos al español por Diego Otero; y lo mismo hace Camilo Fernández Cozman con un poema de Stéphane Mallarmé. Cierra esta sección dos poemas de William Wordsworth traducidos al español por Mario Granda.
Pero este número 16 de El Hablador trae más artículos de interés. Descolla «Blanca Varela: en jerga de aguas negras. Una lectura de Concierto animal», una aproximación de Grecia Cáceres a la poética de la autora de Canto villano, recientemente fallecida, a partir de un epígrafe de Michel Pastoureau, que da luz sobre las significaciones del negro. Del mismo modo, Mario Granda, a propósito de la exposición La literatura y la vida, organizada por
Se tiene también una ingeniosa indagación del chileno Alejandro Zambra, titulada «Fiestas Patrias», escrita a partir de su visita a Lima hace un año. Paolo de Lima presenta «Poética de la violencia política en Fierro curvo (1985) de José Antonio Mazzotti», en el que analiza tres textos que dicho poeta escribió durante los años más duros del terrorismo senderista.
Imposible soslayar los textos «Walter Benjamin: los cuarenta y nueve peldaños de una ilusión», de Andrés Piñeiro, y «El género del ensayo y la recepción de Lima la horrible de Sebastián Salazar Bondy», de Mario Granda.
Esto es El Hablador número 16. Una revista que si bien no goza de la virtud de la puntualidad, compensa a sus lectores con un variado y profuso contenido, caracterizado por la calidad y prestigio de sus colaboradores, así como por la originalidad en el enfoque de los temas. Y esto no es fortuito. Al hacer clic sobre el ítem «quiénes somos» que aparece como pie de página de esta revista electrónica, nos enteramos de que Carlos Yushimito es el director fundador, y que la actual directiva está conformada por Mario Granda, Francisco Izquierdo, Giancarlo Stagnaro y Johnny Zevallos. Del mismo modo, el lector se entera de que el comité editorial está compuesto por Francisco Ángeles, Jack Martínez, Adlin Prieto, Claudia Salazar y Marlon Aquino.
Solo queda preguntarse ¿por qué es tan oscura la revista?, ¿por qué se recurre tanto al negro? ¿Algo tendrá que ver el lado oscuro de la fuerza? ¿Será un homenaje literario a Darth Vader? Tras dar muchas vueltas —y releer el epígrafe de Michel Pastoureau— quizá la encargada del diseño y administración, Blanca… Blanca Peirano, nos pueda iluminar con su explicación para desentrañar este oscuro misterio.