En el Perú, por una absurda razón, se piensa que la ficción realista es la única manera de enfrentar con seriedad, madurez y compromiso la creación literaria. Se tiene la sensación de que es la única forma válida para referir la realidad, de representar el mundo, sus hechos, temas y personas. Se considera, además, que la ficción realista, el realismo, es la panacea para desentrañar lo peruano e inspirar la construcción de un proyecto nacional. Se piensa que el realismo es menos fantasioso, ilusorio y ficticio y que, por tanto, está menos «contaminado» por la imaginación, lo cual deviene en herramienta para analizar, estudiar y comprender la compleja realidad. Ha calado muy hondo la idea errónea de que solo mediante la lectura de Arguedas se puede entender al Perú, al Perú profundo —termino equívoco y excluyente—, pues no distinguen al Arguedas científico del Arguedas autor de obras de ficción. Y que apartarse de Arguedas es traicionar el compromiso del escritor con la sociedad de los Andes, idea por demás desproporcionada, excéntrica y pueril. Lo que no se entiende y no se quiere advertir es que tanto la ficción fantástica como la ficción realista son dos maneras, entre otras, de asumir el quehacer literario, es decir, ambas mienten, ambas inventan, ambas fantasean, desfiguran y distorsionan por igual, con el mismo peso y desparpajo, todos los elementos que componen la realidad. El lector desprevenido, sobre la base de cierto encasillamiento tendencioso de críticos e investigadores que administran el aparato literario nacional, confunde mímesis con diégesis, realidad con realismo, imposible con insólito, y fantasía con banalidad, frivolidad y futilidad.
En este desorden, en tal contexto de expresiones empleadas indistintamente, con absoluta arbitrariedad y desidia, actividades como este coloquio internacional e investigaciones como Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana de Elton Honores permiten que la comunidad pueda entender que la ficción fantástica no es menos ni más que la realista. Que una no está sobre la otra, ni adelante ni atrás, ni a la derecha ni a la izquierda del bien, ni dentro ni fuera del mal. Que ambas son igual de interesantes, útiles, oportunas y pertinentes. Que las dos son tan válidas como valiosas. Que esta y aquella son posibilidades de enfrentar lo físico y lo metafísico con la misma inteligencia e intuición, y que las dos son resultado de la misma dosis de ingenio, talento, esfuerzo y deuda con el lenguaje, el único compromiso ajeno a modas ideológicas, políticas y religiosas. Y que la realidad, el mundo que nos ha tocado vivir, está igual de cerca y de lejos respecto a estos dos tipos de ficción.
En este punto, cabe anotar los aportes de la investigación de Honores. Más allá de su intención por demostrar que el cuento fantástico peruano está muy vinculado con los procesos de modernización urbana —y que incluso dialoga con su contexto sociohistórico—, Honores desarrolla conceptos transversales que terminan brindando un amplio panorama que se enfoca en la Generación del 50, particularmente en la obra de Luis Loayza, Luis Felipe Angell (Sofocleto), Edgardo Rivera Martínez y Alfredo Castellanos, para referir lo estilístico-minificcional, lo humorístico, lo maravilloso y lo absurdo-existencialista, respectivamente. Pero, desde otro enfoque, ellos articulan la producción de muchos escritores, entre los que conviene citar a Felipe Buendía, Julio Ramón Ribeyro, Luis León Herrera, José B. Adolph, José Durand y Manuel Mejía Valera.
Sin embargo, este enfoque se enraíza en un antes y se proyecta en un después. En cuanto a lo primero, Honores traza sus coordenadas espacio-temporales desde la revisión de la asimilación del concepto Generación del 50 durante la década de 1950 en la prensa peruana escrita. Para ello, efectúa un recuento de lo que la crítica periodística refirió de estos escritores en aquel entonces. Asimismo, examina cómo la crítica recibió la producción narrativa de esta generación en la mencionada década. Honores remata el capítulo con lo fantástico como problema al interior de la tradición literaria peruana, donde más que las respuestas, lo relevante son las preguntas que plantea ante el corpus narrativo fantástico producido en el Perú a lo largo del tiempo: ¿es posible hablar de una narrativa fantástica peruana?, ¿quiénes integran este corpus de textos fantásticos?, ¿por qué este corpus ha pasado inadvertido por los estudios literarios?, ¿hay acaso alguna particularidad, rasgos o marcas locales en esta narrativa que permitan reconocerla como peruana?, ¿qué tipos de narraciones fantásticas se producen en la década de 1950?, ¿refieren también los procesos de cambio y modernización de Lima?, ¿en qué medida?, ¿qué representa esta narrativa en la década de 1950?
Posteriormente, a partir de la recepción crítica, es posible apreciar la manera en que se construyó el corpus narrativo fantástico peruano. En este ámbito, Honores se detiene en la relación existente entre la narrativa fantástica y el proceso de modernización, así como en la sistematización y el análisis de fuentes primarias, es decir, diversas publicaciones de la década de 1950: los diarios El Comercio, La Prensa y La Crónica, y las revistas Cultura Peruana, Idea, Letras Peruanas, Mar del Sur y Mercurio Peruano.
Tras este análisis, Honores propone, como ya se mencionó, una clasificación del cuento fantástico en función de sus representantes, con el propósito facilitar las diferencias entre lo estilístico-minificcional, lo humorístico, lo maravilloso y lo absurdo-existencialista, lo cual denota la riqueza de nuestra tradición narrativa, y sirve de plataforma mostrar los elementos que presenta esta narrativa en el proceso de modernización.
Por último, Honores sistematiza su análisis para establecer los elementos temáticos, estructurales e ideológicos del cuento fantástico peruano. Y desde esta perspectiva aguda enfoca la crítica a la modernización que implican estos elementos. En este aspecto, Honores no escatima esfuerzos para explicar —y reiterar— que si bien la narrativa fantástica de la Generación del 50 hace uso de técnicas y recursos narrativos novedosos, estas obras encierran un rechazo a los cambios urbanos y aun rurales.
Honores ha conseguido sentar importantes bases para continuar con la tarea de investigar la tradición fantástica peruana. En este sentido el libro es una invitación a seguir sacando a la luz fantásticas obras fantásticas. Gracias a Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana queda claro que el corpus narrativo no se había constituido en una tradición porque se fue aceptando, sin ninguna consideración crítica objetiva, que la literatura realista es naturalmente válida, útil y, por tanto, prestigiosa, motivos por los que goza de la atención desmesurada de los investigadores, que no solo se esfuerzan en encumbrarla —aun cuando muchos textos realistas son meros ejercicios miméticos donde la diégesis brilla por su ausencia— sino en minimizar o ningunear la ficción fantástica. De acuerdo con Honores, desde el momento en el que la narrativa fantástica usa el lenguaje, está inserta en lo social. (Esta sola idea basta y sobra para retribuirle a la ficción fantástica peruana el lugar que merece en nuestra historia literaria.) Asimismo, Honores considera que hablar de narrativa fantástica en el Perú resulta muy problemático por diversas razones. Problemas que a lo largo de su libro, con criterio, agudeza y pasión, este investigador consigue superar para señalar que la ausencia de estudios no es suficiente motivo para negar que algo exista.
Por otra parte, en un prudente giro de esta idea, Honores brinda una clave para explicar la invisibilidad de la tradición fantástica peruana: el desconocimiento de la teoría de lo fantástico. Este desconocimiento, llevado al extremo, hace que se considere cualquier texto no mimético como fantástico, y se le ubique al margen de lo «literariamente» aceptado, que es la tendencia realista, lo cual es un error.
Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana imagino que constituyó un doble reto para Elton Honores: confirmar una hipótesis pero, sobre todo, demostrar lo supuestamente indemostrable, lo que muchas vacas sagradas se han empeñado en enrostrar como frutos del desvarío, nimiedades ficcionales o extravagancias literarias sin importancia artística ni trascendencia cultural. Este investigador en un aparente ejercicio fantástico ha hecho aparecer de la «nada», del vacío de una chistera negra, el blanco conejo de la tradición fantástica peruana. Parece magia. Semeja un milagro. Se alza como un prodigio inexplicable e imposible de creer, pero es y está. Y es porque el autor de esta obra fue más allá de la apariencia y está porque siguió su voz interior. Y ahora, ante nuestros ojos, nuestro conocimiento de la realidad, de lo real y verificable mediante la razón objetiva, se ha ampliado. Se ha modificado para bien. Con Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana estamos más cerca de la verdad y esto sí que es digno de celebrarse.