viernes, 9 de diciembre de 2011

Juan Ramírez Biedermann. Plegaria de penumbras. Lima, Ediciones Altazor, 2011. 160 pp.


Entre las obras de ficción fantástica, el vampiro es, sin duda, uno de los personajes que más fascinación ejerce entre los lectores y seguidores de las narrativas de terror. El vampiro es un personaje legendario. Como término, llegó a Europa occidental a partir de la gran oleada de seres que regresaban de la muerte para condenar, hacer sufrir o perseguir a quienes se apartan del camino correcto. La inmortalidad a costa de sangre infundía pánico, desde el lejano siglo XVII, entre silesianos, húngaros, moravos y otros pueblos eslavos. La palabra «vampiro» se extendió junto con las leyendas extraordinarias que giran en torno a una idea muy sencilla y efectiva donde un espectro o cadáver va por las noches a chupar poco a poco la sangre de los vivos hasta matarlos.
La novela Plegaria de penumbras de Juan Ramírez Biedermann pertenecería, desde cierto  ángulo, al género de terror, heredera de la llamada literatura gótica, que se desarrolló entre la publicación de El castillo de Otranto de Horace Walpole en 1765 y de Melmoth el errabundo de Charles Maturin en 1815. El vampiro en la literatura empieza a asentar su personalidad con el poema La novia de Corinto de lord Byron en 1797, y continúa con un lista bastante extensa, entre los que cabe mencionar El vampiro, un cuento de John William Polidori (1819); los cuentos «La familia del Vurdalak» (1839) y «El vampiro» (1841) de Alekséi Konstantínovich Tolstói; Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu publica en 1872; El castillo de los Cárpatos de Julio Verne en 1892; Drácula de Bram Stoker en 1897; y muchas otras que se publicaron en el siglo XX. El Perú aporta al género algunos títulos contundes en manos de dos autores: Alejandro de la Jara Saco Lanfranco, autor de El castillo de los Bankheil, publicada en 1944, y Carlos Calderón Fajardo, autor de una trilogía compuesta por El viaje que nunca termina (La verdadera historia de Sarah Ellen) (1993, 2009), La novia de Corinto (El regreso de Sarah Ellen) (2010) y La ventana del diablo (Réquiem por Sarah Ellen) (2011).
Sin duda, Ramírez Biedermann desarrolla su visión de lo vampírico en la línea de Calderón Fajardo, es decir, un mirar desde dentro de la naturaleza propia de aquel que ha logrado pactar con la oscuridad para regresar de la muerte y vivir a costa de los vivos. Una visión, además, relacionada con la historia del país, que permite comprender desde la honestidad metafórica de lo estético hechos cruentos que la razón no consigue procesar. Es más: le brinda voz al monstruo tradicionalmente excluido y le otorga la oportunidad de expresar directamente su (oscuro) mundo interior.
En Plegaria de penumbras, Juan Ramírez Biedermann traza complejas coordenadas históricas para proyectar, más allá del terror, una novela que combina amor, fe y política. Esto lleva al lector hacia las intricadas respuestas que surgen cuando la oscuridad es más que la ausencia de luz. Diversos borradores encontrados en un portaplanos rosado podrían explicar los principales acertijos de esta fascinante historia ambientada en Asunción, pero eso, de algún modo, sería traicionar el espíritu de obra abierta que el autor urde con un propósito mayor, quizá con el empeño de redefinir la redención desde el lado más dionisíaco del hombre o explicar el cumplimiento del encargo más retorcido de Dios.