Entre las obras de ficción fantástica, el
vampiro es, sin duda, uno de los personajes que más fascinación ejerce entre
los lectores y seguidores de las narrativas de terror. El vampiro es un
personaje legendario. Como término, llegó a Europa occidental a partir de la
gran oleada de seres que regresaban de la muerte para condenar, hacer sufrir o
perseguir a quienes se apartan del camino correcto. La inmortalidad a costa de
sangre infundía pánico, desde el lejano siglo XVII, entre silesianos, húngaros,
moravos y otros pueblos eslavos. La palabra «vampiro» se extendió junto con las
leyendas extraordinarias que giran en torno a una idea muy sencilla y efectiva
donde un espectro o cadáver va por las noches a chupar poco a poco la sangre de
los vivos hasta matarlos.
La novela Plegaria
de penumbras de Juan Ramírez Biedermann pertenecería, desde cierto ángulo, al género de terror, heredera de la
llamada literatura gótica, que se desarrolló entre la publicación de El castillo de Otranto de Horace Walpole
en 1765 y de Melmoth el errabundo de
Charles Maturin en 1815. El vampiro en la literatura empieza a asentar su
personalidad con el poema La novia de
Corinto de lord Byron en 1797, y continúa con un lista bastante extensa,
entre los que cabe mencionar El vampiro,
un cuento de John William Polidori (1819); los cuentos «La familia del
Vurdalak» (1839) y «El vampiro» (1841) de Alekséi Konstantínovich Tolstói; Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu
publica en 1872; El castillo de los
Cárpatos de Julio Verne en 1892; Drácula
de Bram Stoker en 1897; y muchas otras que se publicaron en el siglo XX. El
Perú aporta al género algunos títulos contundes en manos de dos autores: Alejandro
de la Jara Saco Lanfranco, autor de El
castillo de los Bankheil, publicada en 1944, y Carlos Calderón Fajardo,
autor de una trilogía compuesta por El
viaje que nunca termina (La verdadera historia de Sarah Ellen) (1993,
2009), La novia de Corinto (El regreso de
Sarah Ellen) (2010) y La ventana del
diablo (Réquiem por Sarah Ellen) (2011).
Sin duda, Ramírez Biedermann desarrolla su visión
de lo vampírico en la línea de Calderón Fajardo, es decir, un mirar desde dentro
de la naturaleza propia de aquel que ha logrado pactar con la oscuridad para
regresar de la muerte y vivir a costa de los vivos. Una visión, además,
relacionada con la historia del país, que permite comprender desde la
honestidad metafórica de lo estético hechos cruentos que la razón no consigue
procesar. Es más: le brinda voz al monstruo tradicionalmente excluido y le otorga la oportunidad de expresar directamente su (oscuro) mundo interior.
En Plegaria
de penumbras, Juan Ramírez Biedermann traza complejas coordenadas
históricas para proyectar, más allá del terror, una novela que combina amor, fe
y política. Esto lleva al lector hacia las intricadas respuestas que surgen
cuando la oscuridad es más que la ausencia de luz. Diversos borradores
encontrados en un portaplanos rosado podrían explicar los principales acertijos
de esta fascinante historia ambientada en Asunción, pero eso, de algún modo,
sería traicionar el espíritu de obra abierta que el autor urde con un propósito
mayor, quizá con el empeño de redefinir la redención desde el lado más
dionisíaco del hombre o explicar el cumplimiento del encargo más retorcido de
Dios.